La ganadora a mejor película de los últimos Oscar aborda un tema grave que parece justificar por si solo el galardón. Suma también el excelente reparto, la concisión narrativa, la funcional puesta en escena y poquito más.
Es una película correcta sobre algo que quema, lo toques por dónde lo toques. Así las cosas, quizá la asepsia sea preventiva, pero lo cierto es que este asunto daba para mucho más. La investigación periodística sobre pedofilia en el seno de la Iglesia Católica de Boston (y, por extensión, de toda la Iglesia allá donde opere) se sigue fácilmente en pantalla, mientras toca todos los aspectos de la cuestión (las víctimas, los sacerdotes, la archidiócesis y la sociedad consentidora), pero en ninguno de ellos toca hueso.
Algunos momentos apuntan las posibilidades reales de la historia en lo que al tema investigado se refiere: varios apuntes relativos al papel de los abogados, los testimonios de algunos hombres hechos y derechos que sufrieron abusos cuando niños, el cura sin remordimiento, el cardenal correoso,.. Pero una y otra vez el director y su co-guionista prefieren exponer un trabajo de prensa organizado hasta la cotidianeidad, por unos periodistas de los que apenas sabemos nada, salvo que son íntegros y eficaces en lo suyo.
Este punto de vista nos ahorra el maniqueísmo y la truculencia, pero nos escamotea infinidad de aristas, posiciones, conflicto y emoción, que un cine americano más sólido que el que Hollywood hace hoy sabría acometer.
¿Quién necesita lucirse con estos dramas en tiempos de criptonita? En el país de los superhéroes, el Oscar está de saldo.