Maureen O´Hara será para siempre la irlandesa universal de pelo rojo, carácter endemoniado y pictórica belleza. Empezó con Hitchcock, protagonizó el mejor final del cine de Renoir, surcó mares piratas y ejerció de zíngara, pero sobre todo fue fordiana, el mejor pasaporte a la inmortalidad que se puede expedir en Hollywood.
Hoy Irlanda debería estar de luto.
El Cine lo está.
Buen viaje, Mary Kate.
domingo, 25 de octubre de 2015
lunes, 19 de octubre de 2015
Mi gran noche
Alex rueda los ballets televisivos
como nadie y no nos habíamos enterado. Créditos, brillo, meneo y coñita fina
para que empiece la fiesta enlatada de la Nochevieja, que se aliñará de
inmediato con algunas ramificaciones más o menos balanceadas y oportunas: la salidez
suicida de la estrella latina, la rivalidad a boca sucia de los presentadores, los
piquetes salvajes cercando el set, el productor golfo y corrupto (un papel que
Segura borda ya como Liam Neeson las hostias), la guapa maldita y el pusilánime
crecido, el killer-fan… y Terele, que esta vez va de buena, pero a su estilo.
Todo a ritmo endiablado (gran
montaje), con tópicos del género por aquí, chistes de calibre grueso por allá,
algunos guiños zás-en-toa-la-boca bien repartidos y un despliegue de nombres y
caracterizaciones muy disfrutable.
El plato fuerte se reserva para
cuando todo parece marchar solo, aunque el efecto risa sea desigual por
acumulación y el espectador siga esperando lo que se le prometió: Aparece
Raphael encarnado a Alphonso y la cosa cobra otra dimensión mucho más gamberra
que las gamberradas de repertorio. El divo está sublime, de puro hijoputa.
A partir de ese momento es lo más
interesante en pantalla, lo que desencorseta la propuesta (sí, hay un corsé
marca De la Iglesia). Él y su némesis, ese febril kamikaze interpretado por
Jaime Ordóñez que sabe que hay un momento para cada estrofa y una estrofa para
cada momento.
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