Una película pequeñita y
newyorkina, sin demasiadas pretensiones, que juega su baza principal en ver a Morgan
Freeman y Diane Keaton demostrando lo poco que les hace falta para llenar la
pantalla y hacerse querer. Y que ostenta
el mérito, nada desdeñable, de contar la historia de una pareja en la ancianidad,
que aún se quiere y que teme por sus últimos días sin confesárselo de forma explícita
ni lacrimógena. Ni siquiera el tema del matrimonio interracial, apuntalado con flasbacks
bastante inocuos, es motivo de subrayados o dramatismos de saldo.
Todo ligero, todo tranquilo. Los
espectadores entrados en años, que también tienen derecho a identificarse con
historias de la pantalla grande, son su público natural. Y les resultará grata
de ver, aunque muchos esperarán a que la pasen por la tele.
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