Acabo de terminar la última novela de Javier Moro, a quien no leía desde El pie de Jaipur. Después de mucho vagar por (y escribir de) la India y Brasil, el autor finalmente ha puesto el foco sobre España para narrar la historia de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, promocionada por Carlos IV y capitaneada por el médico alicantino Francisco Javier Balmis con la inestimable colaboración del catalán Josep Salvany y la gallega Isabel Zendal. Embarcando en 1803 con veintidós niños huérfanos encargados de mantener la vacuna viva hasta las provincias de ultramar.
Una impresionante misión humanitaria, la primera de la Historia Universal así considerada, en la que la expedición española consiguió llevar (y extender) la vacuna de la viruela a las Islas Canarias, Puerto Rico, Cuba, Venezuela, México, Colombia, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile, Filipinas e incluso China. Vacunando a cientos de miles de personas gratuitamente, formando médicos y sacerdotes en la tarea, organizando programas y comisiones de vacunación que garantizasen de entonces en adelante la lucha contra la enfermedad más mortífera del planeta.
La novela no solo desarrolla esta quijotesca aventura, de la que el propio descubridor de la vacuna (ojo, un inglés), dijo: "no puedo imaginar que en los anales de la Historia se proporcione un ejemplo de filantropía más noble y más amplio que éste", sino que además aprovecha para recorrer el panorama social, político y científico de la época, topándose con buenos y malos gobernantes, con bueno y malos religiosos, con defensores y opositores de la iniciativa, dentro y fuera de España.
Y para no quedarse en la mera divulgación, Moro construye una bonita historia de personajes, con sus ilusiones, sus miedos y melancolías, sus bajezas, sus desengaños y sus pasiones.
Mientras leía las páginas de A flor de piel, descubriendo los detalles de una proeza de la que tenía referencias vagas hasta ahora, empecé a imaginar lo que daría de sí trasladada al cine (o a una serie de televisión) con los recursos y el pulso narrativo necesarios. Las intimistas peroratas de médicos y cortesanos que le escribiría Garci al guión, el ritmo que aportaría un Guerricaechevarría al libreto en sus pasajes más enérgicos, la espectacularidad que podrían aportarle Bayona o Monzón caso de dirigir la película o la serie. La emoción que generaría un reparto adecuado y carismático (que cada cual imagine el suyo).
Delirios.
Aquí solemos limitarnos a esperar que los anglosajones pongan el foco y filmen su película sobre cualquier otro héroe de cualquier otro episodio histórico acontecido sin nuestra participación, para publicar un articulito en la prensa a modo de magro consuelo en el que se cuenta que ya hubo un español que por la misma época hizo esto o aquello, con éxito similar o aún mayor. En la prensa conservadora, naturalmente, porque enorgullecerse del pasado nacional y de sus héroes es a lo que parece, propio de la carcundia y la caverna.
Pudiendo hacer películas en las que fustigar nuestro papel en la Historia, caso de abordarla, o una serie de humor más pedestre que castizo, quién necesita epopeyas ejemplarizantes en las que el arrojo, la fe en el conocimiento, la caridad y el mérito tengan a un puñado de españoles como depositarios y protagonistas.
¿Filantropía? Eso es lo que hace ahora Bill Gates ¿No? Será para desgravar. Anda, Manolo, pon otra ronda. Y alcánzame el Marca.