Hacer buenas películas para la chiquillería, a una escala
inevitablemente pequeña en comparación a la de Hollywood, es un reto nada
sencillo que en los últimos tiempos parece asumir nuestro cine. Algo que
hubiera sido deseable plantearse internamente mucho antes de que la economía de
vacas gordas se quedase en los huesos.
Tampoco hacía falta un análisis muy profundo para poner el interés en
ello. Solo darse cuenta de que no puedes garantizar hacia tus películas el
cariño de las nuevas generaciones si su hábito de cine durante la infancia se
adquiere exclusivamente a través del que te cuela la competencia.
En fin, lo que importa es que se han puesto con ello, aunque la falta de
"tradición" en este tipo de producto se nota bastante en la mayoría
de las propuestas, incluso en las más notables. Así, el astronauta de Planet 51,
el aprendiz de arqueólogo Tadeo Jones o el aspirante a caballero medieval
Justin, pertenecen al universo anglosajón de la aventura infantil y juvenil.
Su
calidad técnica y éxito comercial están fuera de discusión. Solo falta que se
asimilen como el primer paso hacia historias con una identidad algo más propia,
que puedan agradar al público de cualquier país del mundo sin necesidad de que
los protagonistas se llamen Jones o Justin. Pueden llamarse, por ejemplo, Zipi y Zape. Incluso filmarse en carne y
hueso.
No es poco avance: La historia del club de la canica está ya a mitad de
camino entre los planteamientos "anglo" de aventura chiquillera y los
nuestros. El internado aún es hogwartsiano en su estética, pero tiene motivos
argumentalmente fundamentados para serlo. El personal docente remite también,
si no a la magia, al maestro tipo de la posguerra británica. Y el director es
un malvado que coquetea de forma explícita con la villanía internacional de
parche en el ojo, con sus guardianes militarizados y su doberman cabroncete.
Pero los chavales son otro cantar: basta oír su reacción ante una
sentencia versificada y esculpida en piedra ("menuda gilipollez")
para darse cuenta de que proceden de algún lugar de España.
Es una lástima que los actores más flojos de la película sean
precisamente los que encarnan a Zipi y Zape, porque el resto de la pandilla
hace grandes sus interpretaciones y el guión se encarga de darle a cada uno el justo momento
de gloria.
Buen trabajo general, para ir terminando. Zipi y Zape se ve con cierta
condescendencia al principio y con verdadero agrado en su último tramo, cuando
el club encuentra una auténtica misión con carácter... y, sobre todo, canicas.
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