viernes, 29 de noviembre de 2013

Maneras bonitas de fracasar


En menos de 24 horas he visto una película estrenada hace tiempo y una que aún tardará unos días en estrenarse.

La primera es Searching for Sugarman y habla de un tipo llamado Sixto Rodríguez que editó un par de discos fastuosos en el Detroit de los setenta, no vendió más de seis copias y desapareció del mapa. Aunque él no lo sabía, un solo vinilo con su música desoladora había cruzado el océano para aterrizar en la Sudáfrica del apartheid, donde una sociedad asfixiada  de aislamiento y veneno racial tomó las canciones de Rodríguez como himnos de libertad, convirtiéndolo en el artista norteamericano más apreciado para toda una nación, por desgracia cerrada a cal y canto.

Veinte años después, un melómano de a pie y un "detective" musical dieron con aquel hombre y lo llevaron de gira al país que se sabía sus canciones de memoria y las consideraban la memoria de que otra Sudáfrica realmente era posible.

Pero transcurriría una nueva década para que el realizador sueco Malik Bendjelloul conociese esta historia inaudita y armase con ella el mejor documental que he visto sobre la belleza de algunos fracasos, las segundas oportunidades y la importancia relativa del dinero que materializa un éxito. Porque el hombre que vendió millones de discos donde nadie le conocía sigue viviendo en su vieja casa de Detroit, sin importarle gran cosa que otros se quedaran con la pasta.


La segunda es Le Week end, una película de ficción escrita por Hanif Kureishi, dirigida por Roger Mitchell y protagonizada por Jim Broadbent y Lindsay Duncan.

Le Week end  cuenta un par de días muy parisinos de una pareja británica, brillante y mayor, dispuesta a celebrar el 30 aniversario de boda como suele hacerse: gastando más de lo aconsejable, soltándose puyas sin compasión y queriéndose a pesar de todo.

Llegar a los sesenta no es nada fácil, en especial cuando se ha sido el más prometedor de la promoción de Cambridge, para acabar dando clases en un sitio que decididamente no es el tuyo. No ayuda tener una mujer hermosa aún, fulgurante en la réplica pero imposibilitada para el deseo. Ni un amigo de éxito instalado en la ciudad. Pero a veces, los libros que no se escriben, siendo el peor de los reproches, son el mejor de los asideros.

En cuanto a la media naranja, con la menopausia más que zanjada, pueden importar cosas como aprender italiano, tocar un instrumento o comprender que ese esposo desvalido y enamorado es la persona con la que más te diviertes en este mundo.

Un mundo en el que ambos se han esforzado en fracasar, bailando juntos frente al desastre.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Zipi y Zape y el club de la canica


Hacer buenas películas para la chiquillería, a una escala inevitablemente pequeña en comparación a la de Hollywood, es un reto nada sencillo que en los últimos tiempos parece asumir nuestro cine. Algo que hubiera sido deseable plantearse internamente mucho antes de que la economía de vacas gordas se quedase en los huesos.

Tampoco hacía falta un análisis muy profundo para poner el interés en ello. Solo darse cuenta de que no puedes garantizar hacia tus películas el cariño de las nuevas generaciones si su hábito de cine durante la infancia se adquiere exclusivamente a través del que te cuela la competencia.  

En fin, lo que importa es que se han puesto con ello, aunque la falta de "tradición" en este tipo de producto se nota bastante en la mayoría de las propuestas, incluso en las más notables. Así, el astronauta de Planet 51, el aprendiz de arqueólogo Tadeo Jones o el aspirante a caballero medieval Justin, pertenecen al universo anglosajón de la aventura infantil y juvenil. 

Su calidad técnica y éxito comercial están fuera de discusión. Solo falta que se asimilen como el primer paso hacia historias con una identidad algo más propia, que puedan agradar al público de cualquier país del mundo sin necesidad de que los protagonistas se llamen Jones o Justin. Pueden llamarse, por ejemplo, Zipi y Zape. Incluso filmarse en carne y hueso.  


No es poco avance: La historia del club de la canica está ya a mitad de camino entre los planteamientos "anglo" de aventura chiquillera y los nuestros. El internado aún es hogwartsiano en su estética, pero tiene motivos argumentalmente fundamentados para serlo. El personal docente remite también, si no a la magia, al maestro tipo de la posguerra británica. Y el director es un malvado que coquetea de forma explícita con la villanía internacional de parche en el ojo, con sus guardianes militarizados y su doberman cabroncete. 

Pero los chavales son otro cantar: basta oír su reacción ante una sentencia versificada y esculpida en piedra ("menuda gilipollez") para darse cuenta de que proceden de algún lugar de España.

Es una lástima que los actores más flojos de la película sean precisamente los que encarnan a Zipi y Zape, porque el resto de la pandilla hace grandes sus interpretaciones y el guión se encarga de darle a cada uno el justo momento de gloria.

Buen trabajo general, para ir terminando. Zipi y Zape se ve con cierta condescendencia al principio y con verdadero agrado en su último tramo, cuando el club encuentra una auténtica misión con carácter... y, sobre todo, canicas.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Están gilipollas. Otra entrega


Presento noticia cazada esta semana como prueba: Se prepara la secuela de Qué bello es vivir, el clásico navideño de Frank Capra que completa junto a Lo que el viento se llevó y Casablanca  el trío de films del viejo Hollywood más queridos por el público de todo el mundo.

La secuela, titulada It's a Wonderful Life: The Rest of the Story, se centrará en el nieto de George Bailey, llamado igual que su abuelo (para qué vamos a rompernos la cabeza), a quien se le aparecerá un ángel de la guarda para enseñarle cómo habría sido su mundo si él no hubiera nacido. Vamos, lo mismo de entonces, pero ahora.

La financiera Star Partners y la productora Hummingbird perpetrarán el proyecto, para el que ya se ha contactado con los supervivientes del reparto original. Karolyn Grimes, que interpretó a Zuzu, (la hija a la que Bailey le arreglaba una flor escondiendo los pétalos en su bolsillo), hará de ángel en esta entrega a sus 73 añitos.

Lo que aún no está decidido es si la película quedará libre de derechos para que se emita sin límite en las televisiones cada Navidad. Aunque supongo que no están los tiempos para tanto milagro. Y está bien que así sea, porque la de Capra seguirá reinando siete décadas más.

Sí, Jimmy, qué le vamos a hacer: están gilipollas. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Blue Jasmine




El auténtico pijo newyorkino no usa internet. Nos lo dice Woody Allen en su última película, Blue Jasmine, la historia de una mujer desgraciada con maletas de Vuitton: Si vas a organizar las mejores fiestas de Nueva York, no necesitas correo electrónico. Y apenas teléfono, un complemento casi plebeyo para una mujer de mundo.

La  última propuesta de Allen, esa que a España llega con el otoño, habla de gente que se relaciona a la manera clásica, como a poco que nos descuidemos solo podrá hacer en breve la gente acaudalada. Un grupito de privilegiados que cuando se tuercen las cosas, acaba en portada de la prensa nacional. El caso de Jasmine parece extraído de los testimonios ante el juez de cualquiera de las esposas de los encausados por corrupción o chanchulleo financiero, de aquí mismo o de Wall street (que suena más elegante, a qué negarlo). 

El acierto de Allen es olvidarse del macho lujoso y centrar su mirada en ella, la mujer vestida de marca de la cabeza a los pies que no piensa demasiado en lo que hace su marido para llevar semejante tren de vida, aunque lo sabe de sobra.

Tiene como siempre un reparto adecuado y una actriz para el Oscar. También un puñado de ideas aceradas y una amargura descomunal. Hasta los fallos de guión parecen pensados: solo una esposa enamorada ciegamente sería capaz de concederle al marido que vaya al estadio acompañado por una maciza que suda en el mismo gimnasio que ellos. Aunque lo  más trágico del personaje de Blanchet es la capacidad de destruir al objeto de su amor cuando llega el despecho.

Que el personaje de la hermana no le explique en cuatro clics cómo se hace un cursillo online es lo menos verosímil, en realidad la prueba de que Woody se codea con la clase alta de Nueva York diariamente, pero no con personas de barrio obrero, que ya respiran y viven por su ordenador y su teléfono casi más que en el bar o frente a la tele, antaño el altar estadounidense, hoy un electrodoméstico en vías de extinción.

Una excelente película, ligera en la superficie, inaguantable en su pesimismo.

martes, 19 de noviembre de 2013

Otra fotógrafa de lápiz


Maca Espino Aunión ha tomado el relevo en las paredes del Centro Cultural Alcazaba, exponiendo para el FCIM. Impresionante trabajo el suyo. Se impone una colectiva a no mucho tardar.






jueves, 14 de noviembre de 2013

Vuelve mi Festival favorito



Los amigos de Mérida, un auténtico grupo de irreductibles que no están en el norte de la Galia sino en el corazón romano de Extremadura, atacan la VIII edición del FCIM, el Festival de Cine Inédito de Mérida, donde una selección cuidadísma de títulos aún no estrenados llena de buen cine durante una semana esta ciudad famosa por su Festival de Teatro, que poco a poco lo será también por su Festival de Cine.


Tíos, sois muy grandes. Gracias por resistir.
Como decís vosotros, para seguir viajando, para seguir soñando.

martes, 12 de noviembre de 2013

martes, 5 de noviembre de 2013

viernes, 1 de noviembre de 2013

Don Jon: ¿nos hacemos unas pajillas?



Don Jon parte de un personaje bien trazado para una extraña propuesta sobre un tema inusual: La adicción al porno en la era internet. Y cuenta con tres intérpretes solventes para protagonizarla: Joseph Gordon-Levitt (que además debuta como director y guionista), Scarlett Johansson Juliane Moore.

Don Jon es un tipo musculado, católico, hacendoso y autosuficiente. Le importan sus colegas, su familia, su iglesia, su "choza", su "buga", su cuerpo y su porno. Valora a las mujeres puntuando sus curvas cuando piden en la barra de la disco y se las folla sin sentimiento en la primera -y única- cita, para acabar disfrutando más de su ordenador y sus webs XXX. El chaval, en fin, es lo que se dice un filón narrativo.

Pero a Scarlett no la vamos a contratar para nada, así que aparece, le embelesa, le pone calentito, le moldea a su gusto y le lleva a ver películas empalagosamente románticas que él no entiende (no salen felaciones).

Todo pinta bastante bien porque los elementos en juego permiten el sarcasmo en off, los chistes secuenciales, el contraste gamberro, y el lucimiento sexy de la guapaza. También la familia de Don resulta un hallazgo (algunas de las secuencias más divertidas y auténticas de la película suceden en esa cocina presidida por una tele de 100 pulgadas). 

La película tiene el valor de afrontar un tema que importa (recientemente tratado por Caitlin Moran en su libro Cómo ser mujer publicado por Anagrama), y es que desde hace algún tiempo para los jóvenes la educación sexual pasa por internet, donde se ven abocados a modelos rígidos y sexistas que pueden condicionarles durante el resto de su vida

No se si Joseph Gordon-Levitt ha leído este ensayo, pero tiene el buen sentido de no ponerse didáctico hasta que los gags que funcionan por reiteración y la presencia de Scarlett pierden fuerza en su historia. Es entonces cuando irrumpe el personaje de Juliane Moore, que sí parece haberse leído a Moran, que resulta interesante y divertida, aunque su intervención se demora demasiado, sabe a poco y aboca la película hacia una resolución apresurada y bastante tramposa.

Al final parece que la realización sexual plena puede darse en la postura del misionero. Y admitámoslo, una sola postura termina por aburrir, aunque debajo esté la Johansson.