En menos de 24 horas he visto una película estrenada hace tiempo y una que
aún tardará unos días en estrenarse.
La primera es Searching for
Sugarman y habla de un tipo llamado Sixto Rodríguez que editó un par de discos fastuosos en el Detroit
de los setenta, no vendió más de seis copias y desapareció del mapa. Aunque él
no lo sabía, un solo vinilo con su música desoladora había cruzado el océano
para aterrizar en la Sudáfrica del apartheid, donde una sociedad asfixiada de aislamiento y veneno racial tomó las
canciones de Rodríguez como himnos de libertad, convirtiéndolo en el artista
norteamericano más apreciado para toda una nación, por desgracia cerrada a cal
y canto.
Veinte años después, un melómano de a pie y un
"detective" musical dieron con aquel hombre y lo llevaron de gira al
país que se sabía sus canciones de memoria y las consideraban la memoria de que
otra Sudáfrica realmente era posible.
Pero transcurriría una nueva década para que el
realizador sueco Malik Bendjelloul conociese
esta historia inaudita y armase con ella el mejor documental que he visto sobre
la belleza de algunos fracasos, las segundas oportunidades y la importancia
relativa del dinero que materializa un éxito. Porque el hombre que vendió
millones de discos donde nadie le conocía sigue viviendo en su vieja casa de
Detroit, sin importarle gran cosa que otros se quedaran con la pasta.
La segunda es Le Week end, una película de ficción escrita por Hanif Kureishi, dirigida por Roger Mitchell y protagonizada por Jim Broadbent y Lindsay Duncan.
Le Week end cuenta un par de días muy parisinos de una pareja británica, brillante y mayor, dispuesta a celebrar el 30 aniversario de boda como suele hacerse: gastando más de lo aconsejable, soltándose puyas sin compasión y queriéndose a pesar de todo.
Llegar a los sesenta no es nada fácil, en especial cuando se ha sido el más prometedor de la promoción de Cambridge, para acabar dando clases en un sitio que decididamente no es el tuyo. No ayuda tener una mujer hermosa aún, fulgurante en la réplica pero imposibilitada para el deseo. Ni un amigo de éxito instalado en la ciudad. Pero a veces, los libros que no se escriben, siendo el peor de los reproches, son el mejor de los asideros.
En cuanto a la media naranja, con la menopausia más que zanjada, pueden importar cosas como aprender italiano, tocar un instrumento o comprender que ese esposo desvalido y enamorado es la persona con la que más te diviertes en este mundo.
Un mundo en el que ambos se han esforzado en fracasar, bailando juntos frente al desastre.