Que José Luis Garci va a su bola a despecho de las modas, el gancho comercial o la corrección política es algo bien sabido. Esta independencia despierta no pocas simpatías, aunque son a menudo pasivas (el tipo me cae bien pero no voy a ver sus películas).
En cualquier caso, la querencia o desapego del público por o con Garci no debería establecer banderías previas para juzgar su trabajo. Al final se trata de decidir si la película estrenada, a juicio de quien la ha visto, merece recomendarse o no. Y eso se puede aplicar a las películas de Almodóvar, y a las de Eastwood, las de Allen, las de Scorsese, las de Spielberg o las de Garci, por poner directores talluditos, con un currículum más que demostrado y un estilo bien reconocible.
Holmes y Watson tiene varios problemas, empezando por el exiguo presupuesto del proyecto, que casi roza el amateurismo. Pero Garci aprovecha su manera de mover la cámara lo justo para bandear la falta de decorados o tiempos de rodaje y recurre a la fotografía de época para sortear las transiciones viajeras de sus protagonistas por la Europa victoriana. También despacha el asunto del idioma con desparpajo y bastante coherencia, consiguiendo que las enormes licencias que se toma en este apartado lleguen a no importar lo más mínimo.
Pero el problema que no se resuelve es el del guión. No por su ritmo, o la poca importancia que los crímenes tienen en realidad, sino porque apenas cuenta nada de interés y, lo que es peor, no parece saber muy bien qué cuenta de cada cosa. La historia es discursiva, como casi siempre en Garci, pero las reflexiones que se hacen carecen de la garra que ha exhibido este director-guionista en muchísimas ocasiones.
Hay películas de José Luis Garci que me parecen buenas o excelentes de principio a fin y otras creo que son irregulares pero interesantes, porque siempre cuentan con varias secuencias que llegan al corazón, a la cabeza o a las tripas. Esta película es la única de su filmografía en la que no he encontrado escenas a las que agarrarme, apenas el chisporroteo de los enjuagues ministeriales y la pasión por el cocido del doctor Watson (que casi no tiene otro papel que limitarse a estar).
El guión ofrece tan poco que hasta he tenido la impresión de que se resiente de ello también la dirección de actores (otro punto habitualmente fuerte de este cineasta). Especialmente en lo que se refiere a ellas, que recitan como pueden unos parlamentos muy poco convincentes.
Es una lástima, porque Holmes y Watson, aún perdidos en esta película valiente pero fallida, siguen siendo magnéticos. Y Garci parecía el tipo idóneo para sacarles todo su sustancia.