viernes, 16 de diciembre de 2011

El topo



En Inglaterra hace un tiempo perro. Por eso sus espías bienhumorados trabajan fuera de la isla. Los que se quedan en Londres respirando grisura y humedad, del despacho al archivo, del piso vacío al piso franco, van estropeándose el carácter y la fe en la causa. Los tiempos heroicos de la Guerra Mundial quedaron muy atrás, sustituidos por la Guerra Fría. Y con tanta frialdad, frialdad hasta en los huesos, la traición puede ser meramente estética, una forma de sacudirse el aburrimiento mortal que produce ir a la oficina con maletín de funcionario, comentar las posibilidades con la última rubia de la plantilla y discutir de presupuestos.

Es el universo del mejor Le Carré, donde el espionaje se convierte en un estado del alma, filmado con precisión y la carga justa de sadismo latente. Desesperanzada, axfisiante y magnética, la película retrata toda una galería de culpables, donde el que no traiciona a la patria traiciona a sus amigos, a sus amores, a sí mismo. Donde el enemigo prende sus trampas con tu misma llama y la victoria carece de sabor.

Una gran película que se estrena, quién sabe porqué, con el inicio de las Navidades. Pausada, densa y peligrosa como una ciénaga.

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