Anticipo que no pagué por verla, sino que asistí al pase de prensa, una circunstancia que paradójicamente suaviza en modo notable mi sentido crítico, aunque la cosa se proyecte a media mañana y en frío. Pero ya digo, no pagas en metálico y eso reduce las posibilidades de irritarse.
El precio aquí es que te toca asistir a una película que reúne algunos vicios rescatados de los 80 (el deslumbramiento por las finanzas y el éxito suntuario), de los 90 (los acelerones de cámara para ponernos psico-moderno-trópicos) y de los 2000 (un guión pueril y De Niro pasando por allí sin mucha gana), y los mezcla con un desparpajo digno de mejor causa.
La historia del escritor que tomando pastillas aprovecha el 100% de su cerebro, convirtiéndose como ya podéis suponer en un súper-hombre yonki de su poción, parece primero una campaña a favor de las drogas, luego contra ellas y finalmente, gracias a ese giro previsible por obligado que le ponen últimamente a casi todo, una especie de apología de la política para iluminados. Y todo ello con buenos actores, un presupuesto molón y una cámara efectiva y efectista, pero contado con el 1% de la capacidad mental exigible para que la cosa tenga de verdad rollo.
Vamos, lo que se dice un taquillazo. ¡A ver si es que vamos a ser los críticos los que somos unos limitados de cojones…!
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