Esta misma semana en la que los señores de la paz y de la guerra se reúnen en la ONU o algún sitio de efectividad similarmente dudosa, acudiendo desde distintos lugares del mundo en aviones privados para hablar del clima antes de un almuerzo de treinta platos (como aquel de la Cumbre del Hambre), Greenpeace ha promovido el estreno de una película que cuenta la misma incómoda verdad que la del multimillonario Al Gore, antaño vicepresidente de la nación más contaminante del planeta.
Documental y ficción hábilmente mezclados retratan un futuro aterrador, ayudándose de filmaciones de archivo sobre fenómenos de hoy mismo o del pasado reciente (la expoliación en la cuenca del Níger, el huracán Katrina, la guerra de Irak…). Y para que no todo sea desesperación e impotencia, nos propone una hoja de ruta ciudadana para reconducir el problema antes de que sea tarde.
Y esto es lo más desesperante de la película, porque lo que plantea como alternativa se intuye imposible, no sólo a nivel político, sino prácticamente humano. Desde que el hombre hizo leña para encender fuego, su avance en la Tierra se apoya sobre la destrucción de la misma. Y a medida que el avance genera herramientas para avanzar más deprisa, la destrucción también se acelera. Cambiar eso supone un replanteamiento de especie tan profundo como improbable. La misma película da muestras de ello.
¿Quién de entre los habitantes del primer mundo está dispuesto a renunciar a su forma de vida, al nivel que la película preconiza, para reducir la cuota de CO2 que le corresponde en el calentamiento del clima? ¿Quién de entre los habitantes de países emergentes, en caso de que realmente emerjan, está dispuesto a plantarse en el nivel de CO2 que le marque quién?
Por resumir: excelente “película con mensaje” que, como tal, no renuncia a utilizar el montaje como arma. Suficiente para que los críticos por convicción o conveniencia la tachen de maniquea y, enredando enredando, esto se siga calentando.
Pero como sea verdad, vamos jodidos. (Por estúpidos, claro).
Documental y ficción hábilmente mezclados retratan un futuro aterrador, ayudándose de filmaciones de archivo sobre fenómenos de hoy mismo o del pasado reciente (la expoliación en la cuenca del Níger, el huracán Katrina, la guerra de Irak…). Y para que no todo sea desesperación e impotencia, nos propone una hoja de ruta ciudadana para reconducir el problema antes de que sea tarde.
Y esto es lo más desesperante de la película, porque lo que plantea como alternativa se intuye imposible, no sólo a nivel político, sino prácticamente humano. Desde que el hombre hizo leña para encender fuego, su avance en la Tierra se apoya sobre la destrucción de la misma. Y a medida que el avance genera herramientas para avanzar más deprisa, la destrucción también se acelera. Cambiar eso supone un replanteamiento de especie tan profundo como improbable. La misma película da muestras de ello.
¿Quién de entre los habitantes del primer mundo está dispuesto a renunciar a su forma de vida, al nivel que la película preconiza, para reducir la cuota de CO2 que le corresponde en el calentamiento del clima? ¿Quién de entre los habitantes de países emergentes, en caso de que realmente emerjan, está dispuesto a plantarse en el nivel de CO2 que le marque quién?
Por resumir: excelente “película con mensaje” que, como tal, no renuncia a utilizar el montaje como arma. Suficiente para que los críticos por convicción o conveniencia la tachen de maniquea y, enredando enredando, esto se siga calentando.
Pero como sea verdad, vamos jodidos. (Por estúpidos, claro).
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