La desolación escandinava es mucha desolación, hasta cuando te va razonablemente bien en la vida. A eso le podemos sumar la crisis de la mediana edad, o simplemente el tedio, y ya tenemos motivos más que sobrados para empujarse una copa, o dos o tres.
Lo gracioso se diluye a medida que sube la dosis, claro, pero tiene su coña que una pura y dura huida hacia delante se enmascare por los fugados como experimento profesoral a documentar y medir. Aunque una cosa es estar más suelto dando clase y otra es divertirse: ahí la medida les va sobrando.
Así que ya tenemos un drama a la danesa, con su humor esquinado, sus desdichas existenciales pequeñoburguesas, su sociedad calvinista y su tempo a la europea.
La película no es tan buena, pero tiene un valor que Europa desprecia de su cine sin darse cuenta de que es su mejor arma contra Goliat: no sabes de antemano lo que pasará en pantalla. Y solo por eso Otra ronda merece verse hasta el final, con o sin botella.