No la reseñé en su momento, pero bien lo merece. La he vuelto a ver durante la gran nevada y me ha encantado una vez más. Para colmo, arranca en francés y en una tertulia de surrealistas parisinos en la que Buñuel hace una aparición sorpresiva y potente. Todo en riguroso dibujo animado, limpio, funcional y bello, el más adecuado a lo que se narra, esto no es un Disney ni lo pretende.
La claridad expositiva, el ritmo implacable, un cuidado parecido de los protagonistas respecto al original en carne y hueso, la inteligente combinación de dibujo e imagen real de Las hurdes... Todo está muy meditado y hecho con mimo. Hasta la banda sonora, que no se mete en honduras innecesarias, arropa la película como le pide en cada situación.
Los sueños de Buñuel son muy inquietantes, estéticos y necesarios, sin apabullar en su puesta en pantalla. Van, como toda la película, al grano. Ni siquiera el discurso político se pasa de rosca. Acín no se pone demasiado ideológico, ni por supuesto don Luis, ni los franceses, ni los textos finales que hablan de cómo la versión más cabrona de la guerra se llevó a un hombre valioso y a su mujer por delante.
No creo que nadie que la haya visto pueda dejar de disfrutarla o ponerle una mínima pega, pero nunca se sabe. Esto es España y su laberinto.
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