sábado, 29 de septiembre de 2018

Los archivos del Pentágono


Spielberg con Hanks y la Streep. Trío de ases en una gran historia. Todo luce como tiene que lucir, para contarnos uno de esos hechos que son relevantes de verdad.

Steven, con su gorra beisbolera y su sonrisa bonachona, fue uno de los tipos que resucitaron la taquilla en los años ochenta abriendo una vía narrativa que recuperaba al público más joven a base de espectacularidad, efectos especiales y aventuras exóticas y disparatadas. En manos de su talento, el de su colega George Lucas y el de alumnos muy aventajados de ambos, ese cine dejó grandes obras para la iconografía popular de Occidente. Pero también le hizo un roto enorme al cine con más enjundia, en el que se despachan asuntos que importan –o debería- cuando se nos pasa el acné.

Ironías del destino: Spielberg y algunos de sus alumnos más aventajados se han convertido en los directores que hacen hoy esa clase de cine, mientras los nuevos cachorros de la industria se entregan con deleite al mundo súper-heroico que acapara los grandes presupuestos de producción, promoción y exhibición internacional.


En cierto modo, la misma evolución padece la prensa que esta película retrata, puesto que se ha ido pasando de la investigación periodística contrastada a la búsqueda del clic impulsivo ante titulares sobre naderías.

Aún hay tiempo. Todavía la mención de una cabecera como el Washington Post despierta admiración por sus pulsos con el poder en la Norteamérica de Nixon. Ésta es la película que cuenta con qué pulso empezó todo y el papel de su propietaria en ello. Un lujo del cine intemporal. Apenas el subrayado de una frase importante, inevitable en Spielberg, para una película por lo demás redonda y necesaria.

¿Quién filmará estas cosas cuándo Spielberg cuelgue la gorra?


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