viernes, 30 de diciembre de 2016
miércoles, 28 de diciembre de 2016
lunes, 26 de diciembre de 2016
miércoles, 21 de diciembre de 2016
Cine quemando rueda
Pues eso. Que un puñado de colegas hemos cocinado un librito sobre Cine Quinqui y lo vamos a presentar la semana que viene, aprovechando un hueco entre el turrón y las uvas.
No se repartirán jeringas, ni iremos a la librería en un supermirafiori robado, pero lo pasaremos bien.
Eso sí, al que no venga, le vamos a rajar.
martes, 20 de diciembre de 2016
Secuellywood
Un trailer muy inteligente: Todo
lo que mola ya estaba ahí hace 30 años (donde antes había lluvia ahora hay
polvo solar y han añadido a Ryan). La música, por descontado, lo empaqueta
admirablemente. Veremos.
Una duda tan sólo: ¿Cuántos montajes hará de ésta el
ahora productor Ridley? Se le va a acumular trabajo, aunque -eso sí-, puede ser
una jubilación más entretenida que mirar obras y dar de comer a las palomas.
¿Sueñan los androides jubilados con palomas
eléctricas?
domingo, 18 de diciembre de 2016
Rogue One. Que la franquicia te acompañe
No se si os acordáis de la serie de dibujos japo Mazinger Zeta, ahora que se lleva tanto el revival, pero todos los episodios iniciaban su progresión dramática más o menos igual: Mientras Mazinger andaba recogiendo flores gigantes para Afrodita A y Koji (su piloto) aprovechaba para ir a mear, llegaba un robot malvado pisando fuerte hasta el laboratorio de los Kabuto. El profesor ponía a funcionar la barrera protectora, el robot le atizaba a ésta cuatro piñazos y la barrera se hacía añicos. En esas estaban cuando Koji se metía en la cabeza de Mazinger y todos se enredaban en la zapatiesta. Puños fuera, fuego de pecho y tal.
En una de Starwars pasa lo mismo: las armaduras blancas de los
guerreros imperiales no sirven ni pa tomar por culo. En realidad, solo sirven
para eso, porque no paran un rayo de arma corta ni un guantazo a mano plana.
Aunque decoran desde hace 40 años la galaxia y sus recovecos. Simbolizan la
omnipresencia del Imperio y la esperanza de la Rebelión en su vitoria última.
A partir de esa fidelidad a la esencia de la saga, Rogue One está
muy bien hecha. La narrativa, los efectos, las idas y venidas, las
localizaciones habitadas y desérticas, el encaje de la aventura en su momento
del culebrón,... hasta la siniestra recuperación de algún gobernador de gatillo
fácil queda aparente (si yo fuese actor en Hollywood, estaría muerto de miedo).
Los personajes están bien traídos y siguen respondiendo, como en la trilogía original, a un híbrido de géneros al servicio del heroísmo, un poco mugriento pero genuino, de los voluntarios a los que la Fuerza acompaña al matadero o a la gloria. Para el caso nos valen el kun-fú y el yapayoga, la deserción y el sabotaje bélicos, la genética ñoña y la zoología creativa. Siempre y cuando salga el tipo del sable para recordar de qué va esto. Y todo ello, bien combinado, da otras dos horas disfrutables en una galaxia muy muy lejana.
A Rogue One le asisten una idea novedosa por clásica y coherente (la misión suicida), muy bien desarrollada, y un mal ya conocido que apenas necesita más detalles que seguir usando la misma arma de siempre, pero esta vez con fundamento. El único "pero" es el limitado carisma de los protagonistas, rodeados por gentes vivas y muertas a las que les basta con estar para darle empaque al decorado. A Felicity Jones le falta un punto de expresividad y Diego Luna se está pareciendo peligrosamente a Sabina.
Los de la armadura blanca, por descontado, caen como chinches.
miércoles, 14 de diciembre de 2016
Cuenta atrás para los premios de cine: Graffiti
Acabo de ver Graffiti, de Lluís
Quilez, cortometraje español seleccionado para competir en los Goya y los
Oscar. El corto, que apura su formato hasta los 30 minutos, es excelente desde
cualquier punto de vista. Ritmo, escenario, historia, intérprete… No se puede
hacer mejor.
Pero el mundo apocalíptico parece
que sólo es creíble en inglés.
Aquí también. Aunque me permito
señalar que cuando todo esto se vaya a la mierda, lo hará en las ciudades angloparlantes
y en las demás. Y para la cantidad de palabras que se utilizan en la película,
hubiese servido cualquier idioma, incluso el nuestro.
Le deseo buena suerte en las
finales. Perdón, good luck.
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bloguea como puedas,
crítica
jueves, 8 de diciembre de 2016
lunes, 5 de diciembre de 2016
1898. Los últimos de Filipinas: spoilers a bayoneta
El cine español cultiva la épica
poco o nada. Está cuajando un “género negro” con nervio y personalidad que
acumula títulos notables o sobresalientes año tras año, en los que muestra una
España reconocible y verosímil. Pero el negro no es épico en el sentido
estricto. La épica pertenece a las historias aventureras y de armas, dos
variantes en las que España cuenta con un pasado inagotable.
Rodar eso aquí tiene obstáculos
importantes. El más obvio es el presupuestario (la épica es cara de producir);
el segundo es actitudinal, un complejo declarado frente a todo lo que huela a
exhibición heroica, que para nuestra comunidad cinematográfica se asocia a
conservadurismo rancio o "patrioterismo" sonrojante.
Tanto es así que, cuando Cerezo
decidió encarar una nueva película en torno al famoso episodio del sitio de
Baler, se dispararon de inmediato las alarmas bienpensantes: La primera
película, de 1945 y cinematográficamente notable (una vez suprimidos los cinco
minutos de loas católico-castrenses), se considera en bloque propaganda al
servicio del régimen de Franco (a ver si lo vamos enterrando) y eso
prácticamente invalidaba cualquier adaptación nueva en pantalla.
Sin embargo, estas suspicacias
parten de un clamoroso error de foco: Esto es cine español del siglo XXI,
amigos, no hay peligro. El Imperio se llevará su merecido, los militares de
carrera el suyo. Es un milagro que el párroco salga airoso, aunque se construya
incidiendo en sus debilidades.
Calemos bayonetas:
ACIERTOS
El escenario del drama, paisajes e iglesia, perfectos y fotografiados
con mimo. Aunque una escena temprana de mapa o de recorrido del perímetro a
defender hubiera hecho más comprensible el sitio y cada movimiento de los
personajes (qué oportunidad para revisar 55
días en Pekín, El señor de la guerra,
Salvar al soldado Ryan).
Los actores, muy bien escogidos para sus respectivos papeles, de
los que enseguida hablaremos.
La historia en líneas generales. Da igual los borrones que le hagas
al mando o lo insensato de la resistencia. El hecho es indubitable: once meses
soportando el cerco y las embestidas a tiros, machetes y cañonazos del ejército
filipino.
El inicio, la primera vez que suena "Yo te diré". Astucia
de guionista, astucia de la buena. Como lo es también, mucho más adelante, la
colección de puyas a los errores (militares, económicos, políticos), cometidos
en aquellos tiempos por imperativo de gobernantes ineptos, cuestionando los
sitiados la autenticidad de los periódicos por lo increíble de sus noticias.
El progresivo deterioro de los principios, cómo se resquebraja la
capacidad de resistir sin renunciar a ellos, a través de la actitud de dos de
los mandos hacia la muchacha cantora. Coherente y casi agradecible.
El ataque para inutilizar el cañón, con el protagonista rebosante
de drogas, anticipando el método más recurrente de librar batallas en el
sudeste asiático (véase filmoteca sobre Vietnam).
El misionero, una creación de guionista y actor que no importa que
sea libérrima, porque es creíble, entretenida y humana. El personaje tratado
con más cariño y acierto de toda la película.
El cuaderno de dibujo: una forma atractiva y barata de mostrar la
evolución del asedio, de la que no se abusa.
DESACIERTOS
El vengativo encarnado por Gutiérrez, con su habitual solvencia.
Monolítico de brocha gorda. Le hubiese sentado bien una prueba inequívoca de
valor personal, un poco de humor chusquero (en la línea de su primera observación
respecto al perro), algún atributo humano más allá de su sed de sangre. Si sólo
eso le alimenta durante los once meses, o se lía a degollar tropa o la tropa lo
degüella. En cuanto a su comentario último, sin comentarios. No se atiene a su
dibujo. Puestos a tomarse licencias, hubiese trasladado a ese personaje el
hallazgo de la nota de prensa. Un fanático de las armas, pero leal a la verdad
a pesar de -o precisamente por- ello.
Tosar e Hipólito. Los únicos oficiales de carrera, el que manda y
el que cura, apenas se relacionan salvo para disentir de manera abrupta. Frente
al fanatismo de sangre del sargento, la complicidad entre ellos, aún con
discrepancias violentas, debiera ser inevitable. Una relación ideal para
contrastar modos de ver (qué oportunidad para revisar el pulso entre Wayne y
Holden en Misión de audaces), que
podría incorporar razones propias y de época, donde las posiciones de cada uno
contaran con su ración de acierto y de error. Valga con un ejemplo que
improviso aquí:
MÉDICO: Al diablo el reglamento
(frase real del guión)
TENIENTE: Sin reglamento, no
habríamos resistido ni dos días. O lo aplicamos a rajatabla o desertarán en
masa, y más ahora.
MÉDICO: Son españoles.
TENIENTE: Se equivoca: son
hombres.
Luego el médico, volviendo al
realismo, se montaría sobre esa certeza expresada por el teniente para argumentar
la dificultad de que alguno utilice el fusil contra sus compañeros, como
argumenta –y bien- en el guión filmado.
Así, la cosa de la ceguera,
patriótica o militar, se reparte mejor.
Las ejecuciones. Está documentado que dos de las bajas en aquella
iglesia fueron, en efecto, fruto de ejecuciones por intento de deserción.
Desconozco en qué momento real del asedio tuvo lugar esa situación tremenda,
pero en términos cinematográficos es discutible demorarla tanto. Cuando llegamos
a ese hecho, el más desagradable de la historia desde cualquier punto de vista,
los espectadores estamos bastante agotados. Y como he dicho antes, el guión
prefiere apostar por un planteamiento en el cual la actitud del teniente no
ofrezca duda sobre su ceguera. La discusión que sostiene con el médico,
brevísima, se mueve entre el raciocinio del científico y la obcecación del
militar, subrayando esta última. Y sin renunciar a la sensación final de error,
militar o humano, el duelo entre ambos pudo haberse trabajado mucho más.
Los filipinos. El jefe de las fuerzas filipinas es un personaje
clave, porque a través suyo se pondrá el acento a la resistencia española, calificándola
de un modo u otro. Como era de esperar,
su retrato apuesta por el clásico “genio y figura” en contraposición al absurdo
comportamiento de los resistentes, añadiéndole caballerosidad a espuertas. Ya
digo, una solución clásica, que solo me flojea por descompensación. Además, el
encuentro se desaprovecha para plasmar el "final de una época". Cuando el filipino se pone su
impecable casaca frente al harapiento soldado español, bien podía haber dicho con
socarronería: “¿Ha visto mi casaca? Ya somos un ejército”. Sin más comentario,
el contraste aquí habría sido fulminante y más eficaz que la mención a la
inexperiencia de la tropa española, su equipamiento defectuoso, la comida en
mal estado ya desde Manila.
El desertor. Bien contado hasta su encuentro final con el
protagonista. Incluso entonces, sus argumentos son los adecuados. Pero falta la
respuesta del héroe (esto era una película épica, ¿se acuerdan?).
Improvisando de nuevo: "Todo
lo que dices puede ser cierto. Pero olvidas un detalle: tú no sabías nada de
esto cuando echaste a correr".
CONCLUSIÓN
España hace una buena producción, por encima de lo habitual en muchos aspectos, en la que el valor vuelve a ser más bien irrelevante o, llegado el caso, contraproducente y que tendrá un éxito muy moderado. A efectos comerciales, solo las producciones anglosajonas
mantienen el monopolio del heroísmo taquillero.
Pero supongo que todos los españoles
llevamos un guionista anglosajón dentro. De eso no podemos ejercer, pero sí de críticos
cinematográficos.
Seguramente, los últimos.
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