"Yo nací, respetadme, con los cómics", podría ser el principio de un poema estadounidense que parafraseara a Alberti.
Lo cierto es que yo también y entre los cómics con los que crecí abundaron los de Marvel, especialmente los del hombre araña y Hulk. Al Capitán América lo traté sólo de refilón, como a Ironman, Visión y otros cuantos Vengadores que iban y venían. Aún así, la franquicia del grupo me parece la realización marvelita del cine más lograda hasta el momento.
Donde DC sigue pinchando con las suyas -excepción de la etapa Nolan de Batman-, Marvel monta un mundo interrelacionado y solvente en el que algunos superhéroes no funcionan del todo bien, pero se redimen en sus cameos para otras películas de la casa. En esta última del capi, el grueso de los vengadores y unos cuantos supers más se reúnen para darse de leches entre ellos, que con sutiles variaciones es un poco lo que hacen siempre hasta identificar al verdadero enemigo.
El error es detenerse a darnos demasiadas explicaciones. Para muchos seguidores esto ha sido un avance, un gran paso en la solidez argumental de las propuestas Marvel. Pero quién quiere solidez en medio de una docena de tíos en mallas. Resulta que, mientras DC intenta parecerse a Marvel (véase el trailer de Escuadrón Suicida), Marvel quiere parecerse a DC.
No la caguéis, amigos. Si habéis hecho los pases-test (que seguro que sí), comprobaríais que los momentos más agradecidos por el público corren a cargo de Tony Stark y Peter Parker, y de Antman, presididos por la coñita habitual. Entre tanto, mucho trauma, mucho debate y mucho tiempo muerto. La trascendencia dejádsela a Nolan, el experto en ponerse seriote con esto del entertainment hasta pasar por autor (cómo está Hollywood), o la racha se acabará antes de lo que esperábais.