El director y guionista Brad Bird tiene querencia por lo futurista y por los genios incomprendidos. De esas inquietudes han surgido películas muy notables, como El gigante de hierro y un par de obras maestras como Los increíbles y Ratatouille. Dejaremos aparte la enésima secuela de Misión Imposible, en la que se limita a dirigir el espectáculo con mucha solvencia profesional.
Bird afina mejor cuanto más personal es su apuesta, cuando asume el guión, la dirección y dispone de un paraguas creativo con mucho margen para el talento, como el que le ofrece Pixar. Pero Tomorrowland está cocinada en Disney. Alguien dirá que a estas alturas, Disney y Pixar son prácticamente lo mismo, pero basta con ver los resultados de uno y otro estudio para darse cuenta de que no es así. La última muestra de sus diferencias es esta película.
Cuenta con unos protagonistas interesantes, una premisa enigmática, buen ritmo e ingenios retro y futuristas (a veces ambas cosas), que harán las delicias de los espectadores de cualquier edad, en especial de aquellos con afición al Quimicefa (o como se llame ahora el juego para aprender a inventar). Ingredientes que pueden servir para una película Pixar y para una película Disney, pero que aquí van construyendo una peripecia en la que, llegado el momento de ir despejando incógnitas, cada respuesta del guión va restando brillantez al desarrollo.
Quizá soy demasiado mayor y exigente ante un divertimento muy digno con buenas dosis de fantasía, espectáculo grato y reparto majete, pero las referencias demasiado visibles a otras películas y lo poco original que resulta en esencia el desenlace, me han sabido a decepción.
Que sea la joven Britt Robertson la chica lista, en lugar de un chaval tipo Matthew Broderick (cuando Matthew Broderick era un chaval), no es suficiente novedad, aunque ella lo resuelva muy bien. Por supuesto, George Clooney no tiene que hacer grandes esfuerzos para comandar esta aventura (de hecho, se pasea por ella con las manos en los bolsillos la mayor parte del tiempo). A Hugh Laurie le sienta bien la villanía distinguida. Pero es Raffey Cassidy la que se trabaja a fondo el personaje más interesante y consigue arrancar emoción auténtica cuando la película lo necesita.
El epílogo, inevitable por decisión estructural de los guionistas y filosofía distintiva del Estudio, es un pegote poco favorecedor que Bird enmienda en los preciosos títulos de crédito finales. Unos créditos muy Pixar que prometían una película mejor.