sábado, 27 de septiembre de 2014

Un viaje de diez metros



Tener a Helen Mirren y a Om Puri no te garantiza nada. Sobre todo si a los fogones está Lasse Hallström, un sueco experto en hacer películas con buenas premisas y resultado mediocre. Aunque quizá yo parto de la premisa equivocada y la del director se limite a contar una bienintencionada guerra de vecindad entre dos restaurantes opuestos, añadiéndole un creciente reconocimiento mutuo entre los contendientes, historias de amor para todas las edades, postal de campiña gala, una visita rápida a París (con torre Eiffel al fondo) y unas cuantas especias.

Si es así, ha conseguido su propósito. Todo en la película luce muy amable, fácil de digerir y bien emplatado. Sin embargo, de una historia que además del respeto entre culturas diferentes, reivindica también lo enriquecedora que puede llegar a ser su fusión, se podía esperar algo más de garra, de riesgo y de sabor. Pero hay que tener en cuenta que producen Oprah y Spielberg, que cuando se ponen blanditos son para echarles de comer aparte.

Así las cosas, los veteranos del reparto hacen su trabajo con el piloto automático, porque apenas tienen que ser, les basta con estar. Y los jóvenes se miran con el arrobo oportuno, aunque más minutos de los necesarios. Los secundarios (el alcalde, el hermano) podían haber dado más juego y los planos en que ese "viaje de 10 metros" deja de ser metáfora, invitan a imaginar la película que pudo ser y no fue. 

Porque ya digo, se ve con mucho agrado, como la mayoría de películas sobre cocina. Pero si la película fuese un restaurante, no ganaría nunca la tercera estrella.

viernes, 26 de septiembre de 2014

Parecidos razonables


Hoy estrenan La isla mínima, un peliculón al que vienen restándole mérito porque tiene cierto paralelismo en su atmósfera con la serie True detective. Huelga decir que esto es casual y que ya resulta irritante que lleguemos siempre un cuarto de hora tarde: El sexto sentido poco antes que Los Otros, The artist poco antes que Blancanieves y True detective poco antes que La isla mínima.

El tiempo hará su trabajo. Cuando pase el suficiente, aquellos que descubran cualquiera de estas películas no tendrán referencia alguna de cuál se estrenó primero, solo constatarán la inmensa calidad de todas.

Y para terminar, en estos casos siempre me acuerdo de la reflexión de un amigo al que le dijeron “escribes parecido a Eduardo Mendoza”. Y él comentaba. “es como si te reprochasen que juegas parecido a Iniesta. ¿Les parece poco?”

Pues eso, amigos, La isla mínima es para no perdérsela. Parecida a lo que se quiera. Peliculón.


domingo, 21 de septiembre de 2014

Regreso a NY






Fotos cortesía de Quique Guerrero

martes, 16 de septiembre de 2014

Gabor


Una idea loca y un personaje interesante es toda la premisa de este documental de Sebastián Alfie que se ha paseado por prestigiosos festivales de Europa y América y ha cosechado premios en Málaga y Documenta Madrid.

Se trata de una historia sencilla contada con ritmo, sensibilidad y humor en la que un director free lance (el propio Alfie), tiene que hacer un cortometraje para una Fundación que combate la ceguera en Bolivia. Al buscar cámaras adecuadas descubre a Gabor, un antiguo director de fotografía que se ha quedado ciego y vive de alquilar equipos. Le enrola en el rodaje para que ejerza su antiguo oficio y juntos descubren unas cuantas cosas importantes sobre la experiencia, el talento y la honestidad narrativa, sobre lo que está a la vista y lo que no.

Como escribió Saint-Exupery, lo esencial es invisible a los ojos. La paradoja es que a nosotros esta idea se nos muestra en una pantalla que el director de fotografía no puede ver. Porque Gabor no está entre los que recupera la vista en la película. Pero sueña nuevos planos, eso es al final lo que para él cuenta.



domingo, 14 de septiembre de 2014

Boyhood



Es muy posible que, en la percepción de sus espectadores, Boyhood nunca pueda sacudirse de encima la singularidad de la realización a lo largo de 12 años, mientras el paso del tiempo sobre los actores involucrados era completamente real y se aplicaba al relato. Nadie hasta la fecha había rodado una historia para el cine de semejante modo y lo cierto es que este aspecto tan singular, y no menor, acentúa la potencia de las sensaciones y momentos que la película narra.

Hay algo aún más singular, en cualquier caso: que este tipo de proyecto sea posible en la industria norteamericana actual, aunque en realidad no lo es, Linklater -director y guionista- se ha financiado el capricho de su bolsillo. 

La cotidianeidad de lo que narra Boyhood, sin un solo subrayado, sin apenas drama, sin intriga, romance, fantasía ni epopeya, remite a otra clase de cine, de otras latitudes y prácticamente en desuso. Pero, sobre todo, la película es la antítesis de lo que Hollywood prioriza en la última década para aplastar a la competencia. Bien por Richard Linklater, y por sus aliados Ethan Hawke y  Patricia Arquette en esta historia de padres e hijos centrada en Mason, el pequeño de la familia.


Boyhood es la historia de un niño haciéndose mayor, rodeado por sus seres queridos, por los cambios de domicilio, colegio, padrastro,... mientras hace las cosas propias de la edad y su padre de fin-de-semana-cada-quince-días trata de ejercer en lo posible, dándole consejos con bastante tino. Mediante un manejo fluido de la elipsis, buenos actores en movimiento y escenas que casi siempre escapan al cliché aunque se reconozcan con facilidad. 


Momentos como aquel en el que el niño le pregunta a su padre por la magia; las inteligentes miradas de Mason a su madre cada vez que detecta que va a equivocarse de hombre una vez más; el instante en el que Mason padre les expone a sus hijos el tipo de relación que no está dispuesto a entablar con ellos; la conversación sobre anticonceptivos en la cafetería, interrumpida por un ligue del adulto; el gag sobre el último marido de ella, que se reserva para el último plano en que le vemos; momentos encadenados que pasan volando, mientras piensas que habrá algo más.

Pero eso es todo y el efecto resulta perturbador. Basta con escuchar a Patricia Arquette cuando presiente que va a quedarse sola, que el tiempo de tener a los hijos bajo su ala se ha agotado y no volverá, para entender lo importante y lo anodina al mismo tiempo que puede ser la vida de cualquiera.



sábado, 6 de septiembre de 2014

Guardianes de la Galaxia


La última entrega de La Marvel es de lo más agradecida para despedir este verano pleno de sequías creativas, taquillas rácanas y actores en declive. Hollywood pronto estrenará revisiones de Las tortugas ninja y cosas por el estilo, y anda cocinando secuelas para todas y cada una de sus apocalípticas franquicias, firmemente empeñada en suicidarse. Aunque de vez en cuando, entre el ruido y la furia, o incluso extraídos del ruido y de la furia, salen proyectos inesperados, divertidos y con su punto de épica, poesía visual y hasta metáforas inquietantes, como Los Guardianes de la Galaxia.

Para empezar, estos cinco súper-héroes llegan por primera vez a la pantalla y tienen su propio estilo, en una historia menos previsible de lo que suele ofrecer la casa del viejo Stan. Son ladrones, gamberros, desaliñados y buscavidas. Los más educados del grupo, un tipo tatuado de rojo con ganas de venganza y una asesina de sangre azul y piel verde. En fin, lo que se dice un grupito salao. Enfrente, un planeta próspero y civilizado al que no le gustan los rateros, y un villano cuya pasión por la muerte recuerda a la del ISIS.

Aún mejor si cabe que en Los vengadores -hasta la fecha, la más fiel al universo súper-heroico-, Los Guardianes de la Galaxia acierta de pleno con el ritmo escogido para presentar cada problema y cada personaje, para que se conozcan entre ellos y finalmente se compenetren hasta el punto de poner su vida en manos de los demás. Pero su hallazgo primordial es tomarse la historia en serio en pocos momentos y bien elegidos, sabiendo salir de ellos con humor antes de que se vuelvan solemnes. Y eso sin renunciar a la intensidad emocional que pide un rescate en el vacío con una sola máscara de oxígeno o la protección de todo el grupo de guardianes a costa del sacrificio autoconsciente del más parco en palabras.

En fin, una delicia para comiqueros de toda la vida y adolescentes con ganas de marcha galáctica. A estas digitales alturas, los chicos de Star Wars no sé ya que más pueden hacer. Salvo pedirle a Glenn Close que repita en la capital de Alderaan el papel que hace aquí de Ana Botella.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Los mercenarios 3: Banderas les da a todos una collejita malagueña



Esta película ha sido especial en mi clan familiar durante el verano. En días diferentes y casi sucesivos, mi sobrina, mi hermano y yo hemos ido cruzando la mirada con Stallone en ese plano sostenido donde pone lo más parecido a un gesto de densidad dramática, al que enseguida resumimos como "esos ojitos".

Me divertí con el desmelene sincero de la primera entrega y con las cameo-coñas de la segunda (ese Chuck Norris). Pero lo de ésta no tiene pase. Harrison es un viejito, Mel no se lo cree y se le nota, Snipes no sabe qué hacer aparte del loco, Schwazenegger parece un obrero de la construcción que acaba de desayunar un sol y sombra, Jet Li ni pía (para qué), Lundgren se aburre y Stallone y su pupilo Statman (o como se escriba) se quedan a un paso de ir juntos a la ducha.

La pandillita juvenil que se les suma no merece ni una línea de texto, salvo por el modelo de comando fashion que luce la chavala.  


El único que saca partido al despropósito es Antonio Banderas, que sí sabe perfectamente a qué vino y para qué sirve estar ahí. Seguramente no tenía ni personaje, pero él se lo ha inventado para arrancar al público las únicas risas que parten de la intención del actor y no de nuestro desprecio a su presencia en semejante carajal.

Por supuesto, son también de mucho reír las frases de Sly tipo "llegamos tarde a una guerra" o "yo soy La Haya". Y la industria armamentística habrá quedado satisfecha con el spot. 

Esto no tiene más recorrido, pero harán la cuarta, porque nos han prometido ir de luna de miel a Afganistán.