Tener a Helen Mirren y a Om Puri no te garantiza nada. Sobre todo si a los fogones está Lasse Hallström, un sueco experto en hacer películas con buenas premisas y resultado mediocre. Aunque quizá yo parto de la premisa equivocada y la del director se limite a contar una bienintencionada guerra de vecindad entre dos restaurantes opuestos, añadiéndole un creciente reconocimiento mutuo entre los contendientes, historias de amor para todas las edades, postal de campiña gala, una visita rápida a París (con torre Eiffel al fondo) y unas cuantas especias.
Si es así, ha conseguido su propósito. Todo en la película luce muy amable, fácil de digerir y bien emplatado. Sin embargo, de una historia que además del respeto entre culturas diferentes, reivindica también lo enriquecedora que puede llegar a ser su fusión, se podía esperar algo más de garra, de riesgo y de sabor. Pero hay que tener en cuenta que producen Oprah y Spielberg, que cuando se ponen blanditos son para echarles de comer aparte.
Así las cosas, los veteranos del reparto hacen su trabajo con el piloto automático, porque apenas tienen que ser, les basta con estar. Y los jóvenes se miran con el arrobo oportuno, aunque más minutos de los necesarios. Los secundarios (el alcalde, el hermano) podían haber dado más juego y los planos en que ese "viaje de 10 metros" deja de ser metáfora, invitan a imaginar la película que pudo ser y no fue.
Porque ya digo, se ve con mucho agrado, como la mayoría de películas sobre cocina. Pero si la película fuese un restaurante, no ganaría nunca la tercera estrella.