Algunas películas, muy pocas, cimentan su atractivo en la competición de carisma que se establece entre el personaje histórico interpretado y el prestigioso intérprete que lo encarna. Esta película es así y quién gana no es la figura de Margaret Thatcher (de cuyo programa político apenas si sacamos en claro que le echaba un par de huevos a cada decisión, acertada o errónea), sino la figura de la Streep, que absorbe el personaje y lo despieza con una sabiduría actoral que parece de otro planeta. Cada edad, cada movimiento, cada mirada, la voz y el discurso modulándose a lo largo del tiempo,... todo de una precisión que da escalofrío. En fin, de Oscar. Uno de esos que se le dan a una película por su protagonista y ya es suficiente.
Y eso basta también al espectador, capaz de transigir con un guión mediocre y una dirección simplemente aseada, sólo por ver a la actriz en acción, sobre un telón de fondo -eso sí- ambientado a la inglesa, es decir, espléndidamente.
Lo malo es que hace ya bastante que la Streep no encuentra una historia a la medida de su talento. Y antes de que se retire, deberían darle una película de hierro.
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