Iciar Bollaín, una directora que siempre hace películas interesantes y entretenidas –se dice pronto-, ha estrenado este año su película más ambiciosa en términos de producción y la más básica en discurso. Por el tamaño del presupuesto, las complejas y bien resueltas escenas de revueltas sociales y aventura selvática, el contundente reparto y el atractivo añadido de las películas “de cine dentro del cine”, podría esperarse un resultado muy poderoso, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta ahora el punto fuerte de Bollaín ha sido la construcción coherente, matizada y progresiva de sus personajes, lo que a poco que la historia interese dota al conjunto de una fortaleza inusual.
Así sucedía en Hola, ¿estás sola?, en Flores del otro mundo, en Te doy mis ojos y en Mataharis. Aunque en la mayor parte de ellas faltaba esa épica narrativa y presupuestaria con la que contaría aquí, en su También la lluvia.
Pero un discurso político sin matiz alguno difícilmente permite personajes que los tengan. Y así, en esta película (que, a pesar de todo, sigue siendo interesante y entretenida como todas las de Bollaín), Gael García Bernal va dando bandazos entre la posición de artista y la de superviviente, Tosar pasa de ser un hideputa a tener una pizca de corazón por una niña con la que apenas trata (y esa hubiera sido una buena razón para implicarse), la documentalista del rodaje se desdibuja minuto a minuto y los actores que encarnan a Colón y a los frailes se quedan al borde del estereotipo. El único que lo tiene claro es el indígena, que tiene motivos para cada acción que le propone el guionista, porque el discurso, claro, es el suyo: El del blanco explotador y la larga noche de los quinientos años.
Sigue pendiente la película en habla española que nos muestre sin prejuicios las múltiples facetas de la época de la conquista o el tupido entramado de voluntades, intereses y resistencias de la Sudamérica actual. Para hablarnos realmente de más cosas que del oro y de la sangre. Sí, por ejemplo, de la lluvia.
Así sucedía en Hola, ¿estás sola?, en Flores del otro mundo, en Te doy mis ojos y en Mataharis. Aunque en la mayor parte de ellas faltaba esa épica narrativa y presupuestaria con la que contaría aquí, en su También la lluvia.
Pero un discurso político sin matiz alguno difícilmente permite personajes que los tengan. Y así, en esta película (que, a pesar de todo, sigue siendo interesante y entretenida como todas las de Bollaín), Gael García Bernal va dando bandazos entre la posición de artista y la de superviviente, Tosar pasa de ser un hideputa a tener una pizca de corazón por una niña con la que apenas trata (y esa hubiera sido una buena razón para implicarse), la documentalista del rodaje se desdibuja minuto a minuto y los actores que encarnan a Colón y a los frailes se quedan al borde del estereotipo. El único que lo tiene claro es el indígena, que tiene motivos para cada acción que le propone el guionista, porque el discurso, claro, es el suyo: El del blanco explotador y la larga noche de los quinientos años.
Sigue pendiente la película en habla española que nos muestre sin prejuicios las múltiples facetas de la época de la conquista o el tupido entramado de voluntades, intereses y resistencias de la Sudamérica actual. Para hablarnos realmente de más cosas que del oro y de la sangre. Sí, por ejemplo, de la lluvia.