jueves, 18 de junio de 2009

Noche en el museo 2


Si hubiera tenido que interrumpir unas cañas con amiguetes para meterme a ver en solitario una película de Ben Stiller que remata su título con un 2, hubiera irrumpido en la sala predispuesto a la crítica áspera o, en su defecto, me habría echado una cabezada y estas líneas no llegarían a publicarse.

Pero fui con mis peques, en plan family party (y el uso del inglés no es casual, sino actitudinal), pillamos palomitas y un elevador de silla para la más joven (cinco años escasos), estábamos de buen humor... en fin, que a poco que nos dieran yo hubiera sido presa fácil.

Todo eso no sirve de nada cuando te dan más de lo mismo partiendo de que ya no hay sorpresa (no lo olvidemos, es la número 2 de la serie). Y ese más de lo mismo sólo incluye nuevas piezas de museo vivas (cuadros, fotos, estatuas), un museo mayor, el recurso de la chica en formato cliché (y con epílogo previsible), los cameos para la galería... pero, sobre todo, un protagonista que no sabe qué cara poner pues se supone que ha cambiado pero va a volver a ser quien era en algún momento que le imprimirá ritmo y diversión extra a la historia.

Ese momento no llega. Acaso un humor soterrado -tampoco demasiado sutil- en los diálogos con el malo de turno y poquito más.

Seguramente, si en el museo 2 hubiese resucitado Santa Claus y el estreno llega en Navidad hubiese sido más condescendiente y mis peques también, porque después de mucho cine infantil con críticos de verdad (los niños) ya distingo en su forma de sentarse entre la diversión genuina y el entretenimiento moderado porque hay palomitas.

Las secuelas en Hollywood se llaman en estos casos franquicias. Creo que eso lo dice todo.

Mañana me voy al Prado a ver lo de Sorolla. Y no necesito que los cuadros cobren vida.


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