Feliz Navidad para todos, empezando por George Bailey, "el hombre más rico de la ciudad".
martes, 26 de diciembre de 2023
lunes, 18 de diciembre de 2023
Netflix desencadenado
Hay tardes en las que, saltando de flor en flor, vas y aterrizas en el montón de estiércol que las abona. La plataforma de la N, que cada vez más quiere ser M (de mierder).
Allí he visto tres películas olvidables, como de cine de avión. Ojo, una de Fincher, otra con Julia Roberts de súper-estrella y la última aliñada con Emily Blunt, Chris Evans y Andy García (la aparición de éste ya daba una pista, porque lleva una rachita...)
En fin, vamos por pelis, pero no esperéis que me explaye.
The Killer
Fincher sigue siendo un mago del envoltorio, pero debajo no hay nada, palabrería hueca, decisiones a capricho, personajes planos, un bajonazo de esos que parecen marca de la casa M cuando contrata nombres de relumbrón.
Dejar el mundo atrás
Dejad la película atrás, el algoritmo atrás, la plataforma atrás. Y Julia, vuelve a sonreír, por favor. No te pongas Ariadna.
El negocio del dolor
Imitar a Scorsese aumenta las posibilidades de darse el batacazo. Los hechos reales o los repartos afortunados no dan pluses aunque lo parezca. Evans sigue intentando sacudirse de encima al capitán América. Emily bien, claro. Andy en su línea actuaciones con barba.
Me vuelvo a Filmin, por consejo de especialistas.
domingo, 17 de diciembre de 2023
Robot Dreams
Pablo Berger es una rara avis. Debutó con una película atípica, Torremolinos 73, tragicomedia que va ganando empaque año tras año. En ella, además de demostrar una cinefilia útil a la narrativa, se apuntó el mérito de contratar a un Mads Mikkelsen casi debutante (de Candela Peña y Javier Cámara nada que añadir: hace mucho tiempo que clavan cada papel).
Luego se pegó el pasote de Blancanieves,
en blanco y negro y muda, como The Artist, pero mejor. En mi opinión, la obra
maestra española de la década pasada. Dio después un ligero patinazo con
Abracadabra, no sé si por comparación, un enfoque algo desequilibrado o ambas
cosas.
Han pasado unos cuantos años más y se
ha vuelto a inventar algo completamente distinto y deslumbrante. Robot
dreams es la mejor película de animación del año, en un año en que la
competencia es feroz. Se trata de una bonita, triste, deliciosa historia de soledades,
inconformismo, amistad y renuncia. Sueños también, desde luego, para que la
animación se luzca hasta extremos inesperados y gloriosos.
Llena además de guiños a un Nueva York de décadas atrás, pero que la generación de Berger reconocerá perfectamente y las posteriores también gracias al furor vintage que nos rodea. Con música cuidadosa, felizmente seleccionada o compuesta, la de los temazos y la del piano chapliniano.
Enumerar detalles y escenas que dejan boquiabierto por sus soluciones narrativas, éticas, estéticas o cinematográficas nos llevaría un tiempo innecesariamente largo. Mejor usado en ver Robot Dreams en la gran pantalla. Que ya estáis tardando.
jueves, 14 de diciembre de 2023
Ryan O´Neal. Nostalgia encontrada en Zaragoza
Hace mucho tiempo, cuando Ryan estaba
en ese parón crítico desde sus últimos títulos de los ochenta hasta la
reaparición como secundario, ya mediada la década siguiente, mis hermanos y yo
zascandileábamos entre Madrid y Zaragoza, motivados por la belleza y simpatía
de tres amigas mañas que merecerían película independiente.
En aquel entonces, los títulos mayores de Ryan formaban parte del pasado, porque cuando tienes poco más de veinte años, todo lo que se remonte a quince o veinte atrás es casi arqueología.
Arqueología eran así, que Ryan me
perdone, el exitoso y lacrimógeno pastel de Love Story, que lo
convirtió en estrella; la estupenda Dos hombres contra el Oeste,
del gran Blake Edwards; la descacharrante ¿Qué me pasa, doctor?,
en la que Peter Bogdanovich reinventaba nada menos que La fiera de
mi niña; el ejercicio cool de El ladrón que vino a cenar
(mi favorita de las suyas, quizá por la presencia de Jacqueline Bisset);
tres obras maestras seguidas como son Luna de papel (de
Bogdanovich), Barry Lyndon (de Kubrick) y Nickeodeon
(otra vez Bogdanovich). Todo eso en apenas seis vertiginosos años, allá por los
70 del siglo pasado.
Luego Ryan protagonizó otras películas, pero el cine que terminaba esa década y emprendía la de los 80 se reinventaba para nuevos y muy juveniles públicos, él no estaba en los repartos que conectaban y la estrella de O´Neal comenzó a apagarse. Se consoló convirtiéndose en el “compañero sentimental” de Farrah Fawcett, no era mal consuelo.
En fin, que para aquella velada
en Zaragoza, a principios de los noventa, reconocerle en una película tenía
cierto mérito. Más aún con una cogorza mínimamente encubierta durante la cena
que nos ofrecieron los padres de dos de nuestras amigas mañas. En la sobremesa,
me aferré como pude a la película que ponían en la tele, mientras la madre me
contaba sobre las chicas cosas muy variadas que naturalmente no recuerdo.
En la tele ponían una de las suyas, creo que una de las últimas interpretaciones significadas que hizo, la de Los hombres duros no bailan. La película era de la Cannon, la dirección del escritor de la novela (otro error, por muy Norman Mailer que seas), la Rossellini estaba demasiado joven y en fin, Ryan sufría ya unas ojeras profundas bajo una mirada amarga. Su deliciosa ingenuidad expresiva había desaparecido.
Pero lo reconocí. Me dio tanta
alegría que lo dije en voz alta interrumpiendo la perorata de nuestra
anfitriona:
“¡Es Ryan O´Neal!”
La señora de la casa, que era una
auténtica señora, no me estrelló la tele en la cabeza, simplemente se levantó y
fue animando al resto a que saliésemos a dar otra vuelta por la plaza del Pilar y el parque del Batallador.
Hace tanto tiempo que no voy a
Zaragoza como el que llevo sin ver una peli de O ´Neal. Hasta he llegado tarde
a su entierro. Adiós, ladrón ajedrecista.
martes, 5 de diciembre de 2023
Concha Velasco
Concha Velasco fue la
mejor actriz de España. Su longevidad profesional ha jugado en su contra, sin
duda, para según qué sectores. Esos en los que la “pureza de sangre” se exige
con la misma malintencionada cabezonería que se atribuye por defecto a la
carcundia oficial. Pero los inquisidores modernos, como los antiguos, tienen
muy flaca memoria y escuálidas lecturas que lo compensen.
Bailarina, cantante y actriz, Concha
debutó en el cine con 15 años, como actriz de reparto en lo que se filmaba por
entonces. Hizo cine con Sainz de Heredia, Antonio Román, José María
Elorrieta, Pedro Lazaga, trabajó de vicetiple en la compañía de Celia
Gámez, bailó en un espectáculo de Manolo Caracol, falseó su edad,
fue despedida, se tiñó el pelo, tuvo un hijo antes de casarse… Tenía un padre
militar y una madre maestra que había hecho radionovela. Así que quiso ser
artista y lo fue, despegando por fin con Las chicas de la cruz roja,
en la que la estrella era Tony Leblanc, amigo eterno de Concha, como lo
fue Manolo Escobar, con el que haría cuatro películas “de barrio”.
En el 75 lideró la huelga de
actores de teatro junto a Juan Diego. El teatro fue su vida, creo que
sólo Nuria Espert y Julia Caba Alba estuvieron a su altura en
magisterio y leyenda. La vi una vez, en La rosa tatuada.
Sencillamente demoledora, todo el patio de butacas acompasando el aliento al
suyo. Antonio Gala, otro amigo interminable, le dio grandes papeles y se
benefició de su talento escénico.
Pero el cine manda siempre por su
capacidad de llegar a más público y en él reinó durante dos décadas largas,
casi tres. Tormento, Pim pam pum fuego, Las largas vacaciones del 36, La
colmena, Esquilache, Yo me bajo en la próxima y usted, Más allá del jardín…
Concha Velasco era un camaleón, que se
batía en comedias de Alfredo Landa o José Sacristán antes de Garci,
de José Luis López Vázquez y Tony Leblanc, o en las dramáticas del
Pedro Olea más inspirado. Fue una de esas raras interpretes que podías
poner en películas no hechas por ella y te cuadraba (que sé yo, el papel de Julieta
Serrano en Mi querida señorita, el de Carmen Maura en Ay,
Carmela, el de Marisa Paredes en Tacones lejanos,
el de Terele Pávez en La Comunidad). Bastaba con que su
edad fuese adaptable al papel para que todo rol femenino se le ajustase como un
guante. Camus y Berlanga lo sabían bien.
Por si todo esto fuera poco, en
televisión se coló desde el mítico Estudio 1 y protagonizó Teresa
de Jesús a los 50. Algunas de las series que han arrasado en los últimos
quince años de televisión en abierto (Gran Hotel, Velvet) y hasta
alguna del streaming (Las chicas del cable) contó con el lujo de
su presencia inconfundible.
Capaz de cubrir de encanto lo más
trillado, sobresalir en lo convencional, tirarse de cabeza a los retos de
cualquier formato, presentar, bailar, cantar, actuar. Era una fuerza de su
oficio de las que deja un legado.
Su método era la verdad.