martes, 28 de junio de 2022

Los incomprendidos

Este fin de semana vi tres películas terriblemente dispares en temática, calidad y alcance. Apenas nada en común, salvo poder darle al play en una plataforma de streaming para verlas en una tarde casera. 


La más reciente y cara, por descontado, es la peor. Se llama Moonfall, se inventa un descarrilamiento lunar y la ha perpetrado Roland Emmerich. Es tan tremenda que le permitió a mi mujer inventarse una nueva fórmula de consumo del cine en sala. Después de todo, ya existen la película evento, la película vintage, la sesión golfa, los pases de ópera... Yo creo que este planteamiento suyo tiene un gran futuro.

La idea, que bien puede testarse con Moonfall (si me apuras hasta con "Jurassic 6"), es la película escarnio o su "pase picota". Es decir, pagas y tienes derecho a sentarte en tu butaca y descojonarte sin pìedad de las bobadas que hagan y digan los personajes. Pero a chorro y con volumen para compartir, sin miedo a vejar a voces una peli que le guste a nadie presente. 


Que todo el mundo entre sabiendo lo que va a vivir: el despiporre a costa de un mierdo que se toma en serio a sí mismo, que quiere dar explicaciones (¿patafísicas?) a lo que no las tiene; con comienzo de astronautas escuchando un temazo gringo, mientras reparan algo de la nave en la ingravidez exterior (esto no lo hemos visto antes), activando las sopresas en que derivan siempre estas situaciones (¡que parece mentira que aún pongan música cuando salen con traje de astronauta a hacer reparaciones en la transmisión o el fuselaje...!). 

Tiene gordito friki que sabe de superestructuras, quiso ir al espacio y tendrá su ocasión, para decir con cada novedad "estoy flipando". Una china canguro de niño negro que entiende, porque ella es así, las alteraciones de la gravedad conforme se acerca la luna a nuestro planeta. Unos militares que van a apretar el botón, no se sabe con qué fin, pero tienen búnker al que dirigir a varios fugitivos sin destino claro. Un hijo inadaptado que saca cero en peligro. Unos saqueadores sadiquitos igual de innecesarios. Todo así. Frases como "se nos acaba el tiempo" invitan a pasar a otra peli. 

El título de la segunda de la tarde, lo sé, es disuasorio como pocos: El increíble finde menguante.

Esta es una española de las "indies", donde lo más reconocible es la voz de Luis Tosar en un teléfono y la premisa del Día de la marmota: todo se repite una y otra vez, pero hay un único personaje que lo percibe. Lo interesante aquí no consiste en extraer el humor de esta situación tan extrema y ya conocida, sino descubrir los secretos de todos los personajes que acuden al finde, aparentemente para cogerse un pedo de bosque y casa rural.

Tiene un reparto perfecto, diálogos frescos, situaciones medidas y un recurso espacio-temporal sencillo y agradecido. Pena no atenerte a él hasta el desenlace, Jon Mikel Caballero. ¡Ni que la hubieras hecho para un estudio de Hollywood imponiéndote planos happy end! Debiste aguantar la tentación.

En cualquier caso, la película dura hora y media. Si hubiese tenido el largo de un epsodio de Historias para no dormir hubiera quedado redonda, aunque no estrenable, claro. Es lo justo de rarita -sin serlo- y de aseada en sus recursos. Irregular en el ritmo, pero no para seleccionarse como aspirante a uno de nuestros "pases picota".

La tercera era la joya. No por el blanco y negro, la nacionalidad británica o el clasicismo propio de 1950. De hecho, La versión Browning carece de personajes simpáticos, es teatral en la puesta en escena y cuenta con aspereza el fracaso de un hombre donde es imposible ocultarlo: en un colegio de los de capilla gótica, que pinta a internado para pequeños y uniformados hijoputillas estilo british.

Es como el reverso sin pizca de azúcar del azucaradísimo Mister Chips. Todo son ingredientes amargos: La esposa, una arpía de cuidado; el director, un cabrón sonriente; el compañero, un traidor popular... Solo el pequeño alumno se salva, aunque parte de su bondad viene dada por la búsqueda del aprobado que no sabe si van a darle. 

La composición que hace Michael Redgrave del enfermo y acabado Andrew Crocker-Harris, profesor de lenguas clásicas, es absolutamente memorable. Consigue con el mínimo alcanzar el máximo, tocar hueso, conmover sin despertar compasión. Una barbaridad. ¡Qué incomprendidos más brillantes se escogían para protagonistas de pantalla grande hace 70 años!

A lo mejor, nos vamos al público de 2022 y ésta última sería la película escarnio para muchos, su "pase picota". A lo mejor, más que el gordi John Bradley de Moonfall, la bella Iria del Río del finde menguante o el profesor del british college, el verdadero incomprendido soy yo.

jueves, 23 de junio de 2022

José Luis Balbín


Querido fumador de pipa:

Fuiste Cine y fuiste Grande antes de Garci. Eras el tipo que ponía en televisión las películas imposibles de ver. Cuando empezaste a hacerlo, no había competencia, pero tampoco necesidad. Así era La Clave, ese debate de altura hoy inaudita, precedido siempre por un cine-primera clase al que las televisiones -incluyendo la pública- han renunciado por completo. 

Tu programa se metía en la madrugada de los viernes entre una cosa y otra, porque desde una película fascinante europea, japonesa, iberoamericana y hasta estadounidense, el grupo semanal de polemistas (de brillantez intelectual y discursiva apabullante), argumentaba sobre las abstracciones o realidades más fieramente humanas. Sus miembros lo hacían en multitud de ocasiones en un idioma desconocido que traducía una competente voz de mujer. La que desde entonces he asociado con la traducción simultánea (con perdón de Audrey en Charada). Todos ellos, según iban hablando, llevaban la razón aunque dijeran lo contrario del anterior y del próximo, en un ejercicio de manipulación oratoria permanente y talentoso, como de Bruto y Marco Antonio en la película de Mankiewicz.

Tú, entretanto, apenas reconducías las mínimas divagaciones, desatascabas silencios, abrías nuevos cauces discursivos o enfoques, vertías muy de cuando en cuando y con enorme brevedad tu parecer en aspectos mollares o irrelevantes. Siempre modesto, simpático y certero.

Te oí decir en una ocasión que tu fastuoso programa se suspendía cada vez que le pisaba el callo a alguien con suficiente poder para ordenar su final. Y que resucitaba al cabo de los años, de manos de algún romántico director de cadena, que prefería pensar que Balbín iba ya a cuidarse muy mucho de molestar al poder cuando tocase. Un error de juicio el del director aquel, claro. 


Hasta que no te dejaron regresar. Luego fueron las radios y las publicaciones las que se beneficiaron de tu talento. Pero en la pequeña pantalla, además de los debates, el cine de gran calado quedó huérfano. Fue Garci tiempo después quien recogió esa antorcha. 

A veces reviso alguna de las joyas que pasaste por TVE o Antena Tres: Sentencia para un espía, de Anthony Mann, Los olvidados, de Luis Buñuel, La semilla del diablo, de Roman Polanski, El último hurra, de John Ford, En el umbral de la vida, de Igmar Bergman, Eva al desnudo, de Mankiewicz, La hora final, de Stanley Kramer, Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú?, de Stanley Kubrick, Llanto por un bandido, de Carlos Saura, A sangre fría, de Richard Brooks, Siete ocasiones, de Buster Keaton, Plácido, de Luis García Berlanga, El pequeño salvaje, de François Truffaut, Testigo de cargo, de Billy Wilder, Stromboli, de Roberto Rossellini, Ladrón de bicicletas, de Vittorio De Sica, Calle Mayor, de Juan Antonio Bardem, El tercer hombre, de Carol Reed, Esta tierra es mía, de Jean Renoir, M, el vampiro de Düsseldorf, de Fritz Lang, Ninotchka, de Ernst Lubitsch, Horizontes lejanos, de Frank Capra, El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, El puente, de Bernhard Wicki,... y tantas y tantas más. 

Muchas de ellas alumbran mi videoteca. Cuando las sacó del estante casi puedo oler el humo de aquella pipa. 

domingo, 19 de junio de 2022

Top Gun: Maverick


Tom Cruise es un caso único en la industria de Hollywood. Rumores nada halagüeños lo persiguen desde antes de que se confesara cienciólogo eminente. Algunas rupturas le han puesto en serios apuros, de los que ha remontado milagrosamente con proyectos hábiles y vistosos. No trabaja con Marvel ni Warner-DC. Impulsa con su condición de mega-estrella su propia saga fanta-heroíca -Misión Imposible- que comenzó allá por 1996. Esa misma saga representa la evolución del cine espectáculo de los últimos 25 años. Desde los inicios en manos de director reconocido y dotado (para el caso Brian De Palma), pasando por el número uno de la acción oriental del momento (John Woo), hasta los artesanos de personalidad oculta tras el relumbrón de Cruise. Por el camino, hizo algún policial notable (Jack Reacher), cifi molona (Oblivion, Al filo del mañana) y patinazos de alto presupuesto (Jack Reacher 2 o La momia).

Pero ahí sigue: rodando grandes espectáculos, defendiendo la pantalla grande, manteniendo su gallina de huevos imposibles y ahora, recuperando su primer boom, nada menos que de 1986. Hay que tenerlo muy claro para volver a pilotar en la escuela de aviadores de élite conocida como Top Gun y no estrellarse.

Para lograrlo, Cruise no ha dejado nada al azar: ni el homenaje a Val Kilmer, francamente emotivo, ni la dedicatoria a Tony Scott, que dirigió la primera. Hasta se ha tomado la molestia de salir en las pantallas antes de la película, agradeciendo a los espectadores que hayan decidido verla en cine, donde debe verse. Tiene razón Cruise: Top Gun está pensada para sala grande y gran pantalla, la única en la que de verdad se puede volar a match 10 sin ser piloto.

Dirige Joseph Kosinski, viejo socio de Tom en Oblivion. También hay mucha pólvora en el equipo de guionistas, algunos de ellos responsables de varias de las mejores películas recientes de Cruise y expertos en el espectáculo abrumador que hoy se lleva. Como dialogistas, eso sí, se recurre a los mismos Jim Cash y Jack Epps del Top Gun original.

Y ya tenemos una secuela tan digna como genuinamente americana. Con cazadora legendaria, motaza al atardecer, hangares de avioncito vintage para las horas muertas, velero increíble que tripula ella, partido de fútbol americano en la playa donde lucir tableta y sudor pectoral, bareto con billar y campana para quedarse a vivir, cochaco deportivo junto al que besarse, música de gramola ochentera a todo trapo. Puro Top Gun.

Y por supuesto, las acrobacias aéreas, más imposibles que todas las demás misiones de Tom, pero entretenidísimas de ver, hasta en sus soluciones más obvias, que igualmente se agradecen como homenajes al pasado.

Y hablando del pasado, todo el público del cine al que fui yo había sido joven cuando Cruise estrenó la primera. 30 años después, todos habíamos envejecido 30 años, salvo el protagonista. Sigue igual, el hijoputa.

Aunque le están saliendo unas leves ojeras, me preocupa...

viernes, 17 de junio de 2022

Jean-Louis Trintignant

 Otro grande que se va:

 
 El conformista

Vivamente en Domingo

Z

Un hombre y una mujer

Tres colores: Rojo


lunes, 13 de junio de 2022

Jurassic World: Dominion

 

Lo confieso, fuimos a la que fueron todos. Hicimos la clásica gilipollez veraniega, llegar tarde a la que nos interesaba y meternos en la que tenía un pase cada cuarto de hora. Ya digo, un error muy propio de la estación, que estábamos cometiendo a sabiendas.

Lo hubiéramos pasado bien los tres que íbamos, no obstante, si no hubiese primado la incomodidad de reírse con lo que otros puedan estar disfrutando previo pago. Pero motivos para el descojono destructivo la película tiene cien, tantos como frases y comportamientos sonrojantes de los personajes, variedad innecesaria hasta el ridículo de dinosaurios, con pelo, con pluma, con escama, cresta, pico, ala, aleta…., subrayados infames de la banda sonora (¡esa musiquita bambi con la madre y la niña veloci-raptoras correteando por el bosque…!). En fin, un no parar. 

Mi hija pequeña, entre el cachondeo y el bochorno, soltó más de un "¡madremía!"

Para colmo, juntan a cuántos intérpretes de la saga se han animado a desfilar por esta ¿última? entrega. Y, como he leído por ahí, esas reuniones en plano sólo sirven para que los actores se estorben unos a otros, sin nada realmente significativo que hacer.


Los supuestos guiños a momentos celebrados de tiempo atrás (protegerse tras el coche, pasar por la excavación académica, huir en moto de los depredadores, llevar chaqueta de cuero y gafas de pasta… ), sólo sirven para confirmar que las buenas ideas dejan de serlo por reiterarlas con menos talento del que se empleó la primera vez. 



Claro que, cuando ves las novedades, entiendes por qué se agarran a lo conocido con uñas y dientes. Lo novedoso tampoco lo es tanto, hay recuelos de otras sagas y, para el caso, vale lo mismo Mad Max que Bond o Bourne. El laboratorio con líder pulcro y con gafas, que busca el control bienintencionado de todo, también nos viene sonando. La rubia inexplicable parece la secretaria de Síndrome en Los increíbles. Sobre las “cuotas” de género, raza, ecologismo de baratillo y animales Disney, mejor ni hablar.



Únicamente una secuencia da realmente la talla, demostrando lo que la película pudo ser y no es. Sucede en una simple charca llena de verdín, con una persona aguantando el pánico y un monstruo acercándose más y más. Cinco minutos de oro bajo dos horas veinte de chatarra. 

O el dinosaurio soy yo.