Este fin de semana vi tres películas terriblemente dispares en temática, calidad y alcance. Apenas nada en común, salvo poder darle al play en una plataforma de streaming para verlas en una tarde casera.
La más reciente y cara, por descontado, es la peor. Se llama Moonfall, se inventa un descarrilamiento lunar y la ha perpetrado Roland Emmerich. Es tan tremenda que le permitió a mi mujer inventarse una nueva fórmula de consumo del cine en sala. Después de todo, ya existen la película evento, la película vintage, la sesión golfa, los pases de ópera... Yo creo que este planteamiento suyo tiene un gran futuro.
La idea, que bien puede testarse con Moonfall (si me apuras hasta con "Jurassic 6"), es la película escarnio o su "pase picota". Es decir, pagas y tienes derecho a sentarte en tu butaca y descojonarte sin pìedad de las bobadas que hagan y digan los personajes. Pero a chorro y con volumen para compartir, sin miedo a vejar a voces una peli que le guste a nadie presente.
Que todo el mundo entre sabiendo lo que va a vivir: el despiporre a costa de un mierdo que se toma en serio a sí mismo, que quiere dar explicaciones (¿patafísicas?) a lo que no las tiene; con comienzo de astronautas escuchando un temazo gringo, mientras reparan algo de la nave en la ingravidez exterior (esto no lo hemos visto antes), activando las sopresas en que derivan siempre estas situaciones (¡que parece mentira que aún pongan música cuando salen con traje de astronauta a hacer reparaciones en la transmisión o el fuselaje...!).
Tiene gordito friki que sabe de superestructuras, quiso ir al espacio y tendrá su ocasión, para decir con cada novedad "estoy flipando". Una china canguro de niño negro que entiende, porque ella es así, las alteraciones de la gravedad conforme se acerca la luna a nuestro planeta. Unos militares que van a apretar el botón, no se sabe con qué fin, pero tienen búnker al que dirigir a varios fugitivos sin destino claro. Un hijo inadaptado que saca cero en peligro. Unos saqueadores sadiquitos igual de innecesarios. Todo así. Frases como "se nos acaba el tiempo" invitan a pasar a otra peli.
Esta es una española de las "indies", donde lo más reconocible es la voz de Luis Tosar en un teléfono y la premisa del Día de la marmota: todo se repite una y otra vez, pero hay un único personaje que lo percibe. Lo interesante aquí no consiste en extraer el humor de esta situación tan extrema y ya conocida, sino descubrir los secretos de todos los personajes que acuden al finde, aparentemente para cogerse un pedo de bosque y casa rural.
Tiene un reparto perfecto, diálogos frescos, situaciones medidas y un recurso espacio-temporal sencillo y agradecido. Pena no atenerte a él hasta el desenlace, Jon Mikel Caballero. ¡Ni que la hubieras hecho para un estudio de Hollywood imponiéndote planos happy end! Debiste aguantar la tentación.
En cualquier caso, la película dura hora y media. Si hubiese tenido el largo de un epsodio de Historias para no dormir hubiera quedado redonda, aunque no estrenable, claro. Es lo justo de rarita -sin serlo- y de aseada en sus recursos. Irregular en el ritmo, pero no para seleccionarse como aspirante a uno de nuestros "pases picota".
La tercera era la joya. No por el blanco y negro, la nacionalidad británica o el clasicismo propio de 1950. De hecho, La versión Browning carece de personajes simpáticos, es teatral en la puesta en escena y cuenta con aspereza el fracaso de un hombre donde es imposible ocultarlo: en un colegio de los de capilla gótica, que pinta a internado para pequeños y uniformados hijoputillas estilo british.
Es como el reverso sin pizca de azúcar del azucaradísimo Mister Chips. Todo son ingredientes amargos: La esposa, una arpía de cuidado; el director, un cabrón sonriente; el compañero, un traidor popular... Solo el pequeño alumno se salva, aunque parte de su bondad viene dada por la búsqueda del aprobado que no sabe si van a darle.
La composición que hace Michael Redgrave del enfermo y acabado Andrew Crocker-Harris, profesor de lenguas clásicas, es absolutamente memorable. Consigue con el mínimo alcanzar el máximo, tocar hueso, conmover sin despertar compasión. Una barbaridad. ¡Qué incomprendidos más brillantes se escogían para protagonistas de pantalla grande hace 70 años!
A lo mejor, nos vamos al público de 2022 y ésta última sería la película escarnio para muchos, su "pase picota". A lo mejor, más que el gordi John Bradley de Moonfall, la bella Iria del Río del finde menguante o el profesor del british college, el verdadero incomprendido soy yo.