Se ha rodado tanto sobre las crueldades del nazismo que durante mucho tiempo (desde la posguerra mundial hasta los skin-heads de estadio), pareció que en Alemania, tras aquel horror, no existían ni delincuentes comunes.
De este subgénero de la barbarie nazi, la variante campos de exterminio-concentración-prisioneros es la más recurrente del Cine. Y aquí se sitúa la aportación española que tanto se ha demorado en llegar. Nada menos que en Mathausen, uno de los campos más tristemente célebres de aquella guerra total.
Allí hubo unos cuantos miles de españoles, entre ellos Francesc Boix, que por su trabajo en el laboratorio fotográfico del campo pudo organizar la sustracción de negativos que contribuirían a no pocas condenas en los juicios de Nuremberg, posteriores a la derrota alemana.
Es una lástima que la originalidad del personaje y el elemento clave de la historia (la película fotográfica a preservar como prueba de lo que allí pasó) no cobren un empaque mayor. Siendo interesante lo que se cuenta y resultando veraz y terrible, le falta sin embargo a la película ese inaprensible ritmo emotivo, situaciones no vistas antes, momentos de intensidad propios. El clan de españoles sin papeles, que se sabe era en las trincheras y en los campos un piña irreductible, graciosa y brava, podía haber generado ese sello distintivo.
Mario Casas está muy bien en su papel, eso no se pude negar.