Qué bello es vivir
Parece prematuro, pero si ya va a
salir el spot de la lotería navideña y el del cava, también podemos hablar de
esta peli ¿no? QUÉ BELLO ES VIVIR está rodada completamente en decorados y en
estudio.
12.000 metros cuadrados llegó a
necesitar la ficticia ciudad de Bedford Falls en la que vivía George Bailey muy
a su pesar. Se construyó en el Encino Ranch de Los Ángeles (donde solían
hacerse las películas con más decorados de RKO, supongo que Liberty films
arrendó unas semanas el terreno que le venía bien). La recreación de Bedford
Falls incluía 12 robles trasplantados, 75 casas y tiendas y una fábrica propia.
La casa que ocupan George y Mary es
la misma mansión en la que vivía la familia de El Cuarto Mandamiento de Orson
Welles.
La nieve final era espuma de jabón.
La colmena
El café de doña Rosa, en La
colmena, una de las adaptaciones literarias más logradas de Mario Camus, no
existía en la realidad. Era un gran decorado de 700 metros cuadrados, obra de
Ramiro Gómez, al que luego se añadieron los objetos de los años cuarenta (los
platos, los vasos, las botellas), y para el que incluso se mandaron fabricar
paquetes de cigarrillos y cajetillas de cerillas de los mismos años en que
sucede la acción.
Eso permitió al director jugar con
un espacio de diferentes alturas e iluminación que establecían el clima de cada
escena y el estado de ánimo de los personajes (ese momento en el que José Sacristán
se queda solo en el Café a la hora del cierre, porque no ha venido nadie para
invitarle a lo que se ha tomado…). Aunque, sobre todo, fue clave para el
momento en el que se levantan los veladores de mármol, descubriendo que cada
mesa sobre la que los parroquianos toman café es en realidad una lápida de
cementerio.
Como escribía Francisco Marinero en
La Historia del Cine de Diario 16 “La colmena fue una de las primeras películas
que llevaron a algunos a proclamar al cine español como el mejor de Europa, y
una de las pocas que justificaban este triunfalismo”.
La ventana indiscreta
La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, se rodó completamente en el plató 18 de los Estudios Paramount. El decorado tenía 33 metros de ancho, 63 de largo y 10 de altura, con estructuras que se elevaban cinco y seis pisos. Fue el resultado de meses de planificación y construcción.
Había 31 apartamentos, con la mayor parte de la acción transcurriendo en ocho habitaciones completamente amuebladas, además de un laberinto de escaleras de incendios, terrazas, un callejón, una calle con cafetería y tráfico, y el fondo de la ciudad.
Se necesitaron más de mil arcos de luces gigantes para iluminar el plató desde arriba, mientras más de dos mil variedades de lámparas de pequeño tamaño aportaban luz suplementaria donde convenía al dire de foto.
Para sus movimientos, los actores que interpretaban a los vecinos de James Stewart recibían las instrucciones de Hitchcock a través de una radio de onda corta con micrófonos escondidos. El muy zorro conseguía así rodar dos películas a la vez, una con sonido y otra muda, indisociables.
La toma más elaborada era el plano secuencia que establecía toda la información (salvo Grace) al comienzo del film. La cámara tenía que alzarse muy alto sobre el patio del edificio e ir de una a otra ventana hasta que finalmente se detuviera en el apartamento de Stewart. Allí, Hitchcock hacía que la cámara recorriese su cara sudorosa hasta que lo vemos en la silla de ruedas, captaba un termómetro que nos transmitiese lo caluroso de la estación en que acontecen los hechos, se deslizaba por la pierna escayolada, captaba un grupo de revistas y una cámara destrozada y luego se movía hacia la pared para mostrar una fotografía hecha en el circuito de Indianápolis, foto que, suponemos, le costó la lesión al protagonista.
La película fue tan meticulosamente planeada y calculada antes de comenzar el rodaje en sí, que sólo fueron descartados al final unos pocos cientos de metros de película. Hitchcock solía decir que planificaba tanto sus films que todos los había visto ya enteros en su cabeza antes de decir "acción" y que rodarlos le aburría. No me lo creo.