La única de Quentin que aún no había visto parece un
homenaje al cine chatarrero que él saboreó en el famoso videoclub dónde se
ganaba las habichuelas antes de
dedicarse a hacer sus propias películas.
Naturalmente, su realización es intachable, sus diálogos
banales, su trama sangrienta. Vamos, una de Quentin. Se ve sin problema, aunque el frívolo de la crueldad tenga
mayores aciertos (Reservoir dogs y Pulp Fiction siguen en lo alto del podio),
pero uno se pregunta lo que podría lograr este talentoso director rodando algo
de cierta enjundia.
Quizá la cagara. Su zona de confort son los personajes
tirando a macarras, las bandas sonoras deliciosamente vintages, la risa gore, la
memoria televisiva y los coches norteamericanos de añada.
Pues eso, Death
Proof.