Me he visto las adaptaciones al cine de El guardián invisible y Palmeras
en la nieve, esforzadas producciones que parten de sendos éxitos lectores,
con lo jodido que ya va estando que te lea nadie. Haber publicado una novela recientemente
pone las cosas algo más difíciles, porque los peros pueden parecer interesados.
Pero allá cada cual, seguramente quien lea esto ni sabe que yo publico en
papel, o apenas le importa. Vamos al lío.
He leído la novela de Dolores Redondo, primera de su
trilogía del Batzán, de la que lo bebe todo la película El guardián invisible, empezando por el título. No he leído, en
cambio, Palmeras en la nieve, la
novela de Luz Gabás que propició una película inmediatamente anterior, dirigida
por el mismo Fernando González Molina. Aún así, ver ambas adaptaciones me ha
dejado la impresión de que la historia de El
guardián invisible debió mejorarse notablemente con el trabajo de guión, mientras que el guionista de Palmeras
en la nieve, por el contrario, dejó demasiada novela sin contar.
Lo que quiero decir es que El guardián invisible es una
novela con carencias notables y trasladarla con fidelidad las evidencia todas. La
producción destaca (en especial las localizaciones, la fotografía, la dirección
artística), pero a un casting irregular hay que añadir la cantidad de diálogos
meramente informativos que se desgranan en pantalla. El Batzán es hermoso,
Elizondo también, el rumor del agua, el bosque, la niebla,… todo luce
inquietante y telúrico. Pero esa fuerza no se traslada a la pantalla hasta que
la madre anciana asoma la patita, casi al final. A partir de ahí, la película adquiere el
pulso (ritmo, tensión, puesta en escena), que debió tener desde su inicio. Mucho
antes de esa violencia bien rodada, un buen guión habría desarrollado mejor a
la tercera hermana, a la tía, no digamos a los hombres de la historia. Tal y
como queda, todo es demasiado tópico, demasiado plano. Y González Molina y su
guionista parecen fiar en la adaptación de las dos partes restantes para tapar
los huecos, perfilar pasiones y traumas, ganar en intensidad y sorpresa.
Veremos.
Con Palmeras en la
nieve diría que el problema es inverso, que la novela daba para mucho más,
que el guionista ha sacrificado información valiosa del propio libro, dejándolo
en pura peripecia exótico-romántica de bajo vuelo.
En pantalla, nadie pone en antecedentes al espectador (en el
barco que les lleva a Fernando Poo, a través del personaje de Emilio Gutiérrez
Caba una vez en tierra), sobre qué hace España en Guinea y cómo. Tampoco
sabremos nada del deterioro en la vida colonial y sus razones, más allá de un
cruel basiquito (impecable Luis Callejo, como siempre), unos blancos puteros y
un par de frases nativas entre lo naif y lo filosófico, eso sí, muy resultonas.
A pesar de la música, de la hermosa Berta Vázquez y del paraje
guineano abrumador, la ambientación escrupulosa de los escenarios en dos
épocas, la banda sonora emotiva, etc. todo queda como una serie de TV abreviada para
cine. Si de verdad fuese una serie, mi crítica sería otra en lo formal, aunque
el guión siga necesitando aclaraciones y puntos de vista menos académicos.
Realizada para la pantalla grande (donde, por cierto, alcanzó enorme éxito), me
parece tan bien fotografiada y tan plana de realización como El guardián
invisible.
González Molina sabe manejar grandes presupuestos, pero
necesita mejores guiones y mejores montadores. Mientras eso no cambie, me temo
que será un adaptador funcional de best sellers. A lo que parece, el mejor
disponible.