47 años lleva Allen estrenando película, a vueltas
con sus temas, el amor, el humor, el pesimismo, la esperanza, la vida y la
muerte.
Desde entonces, ha habido de
todo: gamberradas de sketch, obras maestras, homenajes, experimentos,
desenfoque, rutina, guiños, neurosis, turismo, elegancia, melancolía y jazz
(ese nunca falta a la cita). Y un personaje: Woody Allen, el simpático, inseguro e inteligente tipo newyorkino y
judío, interesante y culto pero nunca hostil gracias al ingenio. Lo encarnó él
mismo mientras la edad se lo permitió y luego ha sido interpretado por
diferentes actores con más o menos acierto.
No sé cómo levanta la pasta para
seguir rodando en el Hollywood actual. Se dice que gracias a su taquilla
europea, a sus repartos de campanillas, al sentimiento de culpa de Estudios
empantanados en superproducciones pueriles. Qué más da. Woody hace una al año y
(como la Navidad) siempre se espera, ya sea para redimirte o para darte un
disgusto.
Ver la última suya, para colmo en
el último cine que ha abierto en Madrid (Conde
Duque Verdi), cobra un valor raro, entre el orgullo de resistente y la
melancolía alleniana.
Café society es una
delicia, fotogénica, reconocible, fluida, familiar y muy romántica. Los años 30
son el tiempo ficticio perfecto para Allen, ahora que ya no puede ejercer de
neurótico enamoradizo y contemporáneo. Los Ángeles (Hollywood dorado) y Nueva
York (entiéndase Manhattan), las ciudades de referencia para llevar de nuevo a
un joven curioso y algo escéptico por el descubrimiento de las vanidades
mundanas y los amores desdichados (qué hermosas por dentro y por fuera son las
chicas de Woody).
Ya casi nadie rueda así en el
cine estadounidense, apenas Allen, Eastwood...
Octogenarios que saben narrar, construyendo personas, sentimientos y lugares
para quedarse a vivir. Pero Allen nunca ha estado cachas y eso se agradece,
porque sus historias son más cercanas, más de cualquiera de nosotros.
Michael Caine, que protagonizó para él Hannah y sus hermanas,
otro cachondo brillante en las antípodas del director, se despachó una vez
diciendo: "en contra de lo que la gente cree, Allen no es nada ingenioso.
Es un tipo tímido y aburrido que, cuando alguien dice algo gracioso en la cena,
se escurre al baño y lo apunta en una libreta". Puede que esta boutade tenga algo de cierto y si
no, daría también para argumento de una película de Allen.
Sea como sea, ojalá siga
"yendo al baño" 47 años más.