Salvo las franquicias que siguen
enredando en nuestra pasión por el Apocalipsis, que no encajan con su
tradicional posicionamiento esperanzador, Disney
se lo ha comprado prácticamente todo en la industria de los grandes taquillazos: la pujante Marvel, la cósmica Lucasfilms, la imaginativa Pixar. En cada una de ellas mete mano o
deja hacer según vaya ese día la reunión del Estudio y con ambas formas de
presidir semejante circo de cien pistas puede obtener aciertos y cosechar
errores.
La niña bonita, en cualquier caso
y por afinidad evidente con las esencias de la casa, es la revolucionaria,
desenfadada y familiar Pixar. Desde los tiempos ya lejanos en los que La
Sirenita, La bella y la bestia, Aladdín y El rey león señalaron la
última cima de la magia Disney, todas las obras maestras del cine de animación se
han cocinado en la factoría del flexo. Con algunos baches creativos en el
último lustro perfectamente asumibles, puesto que sólo se quedan a unos pocos pasos
de su excelencia habitual.
Inside out es la última entrega de este feliz ejército de talentos con camisas floreadas. Ya son mayorcitos, pero han decidido no acomodarse. La premisa parece ser el más difícil todavía, que es lo que mejores frutos les ha dado desde que movieron el primero de sus personajes en 3d. Ahora se han metido en la mente de una niña al borde de la adolescencia y sus sentimientos ante el cambio. Total nada.
Lo hacen con la inestimable ayuda de la alegría, el miedo, el asco, la ira y la tristeza, que manejan las reacciones de la pequeña, buscando mantener un equilibrio más precario cada día que pasa. Una crisis imprevista expulsa a alegría y tristeza de la sala de control, dejando a la jovencita en manos de la ira, el asco y el miedo. Lo que viene después es un viaje alucinante por los recovecos de la mente humana, versión infantil, que permite desplegar todas las maravillas de un equipo insuperable, que se esmera hasta el asombro para acertar con el gag y el detalle, la emoción y la intriga, el mensaje y la forma.
Pixar es lo que Disney fue, pero
multiplicado por la ambición artística y técnica de unos tipos pegados al
móvil, en una sociedad ebria de estímulos. El resultado es más complejo, como
los tiempos piden aunque la mayoría del cine estadounidense lo ignore. Por eso
los chicos de Lasseter marcan la diferencia.
El grueso de películas que salen del Hollywood actual acabarán en el basurero
de los recuerdos olvidados.
Las de Pixar no.