Supongo que la memoria fílmica y personal va a jugar siempre en mi contra en este tipo de películas. Ya conozco el argumento y he visto los dinosaurios comiendo personal autorizado del parque, incluso antes de que lo abrieran.
A pesar de ello, uno hace el intento de entrar al espectáculo con la predisposición de un niño, pero sirve de poco ante una repetición agigantada y poco empática de la vieja fórmula de los noventa. El mismo supuesto que aplican los genetistas de Jurassic World –combinar adns para sorprender con algo más grande, letal y llamativo- es lo que la película pretende sin demasiado éxito.
La estupenda premisa de llenar las instalaciones de visitantes, en atracciones que al fin funcionan sin comerse turistas en tanto no se tuerzan las cosas, se malgasta después tontamente con unas cuantas carreras a lo loco mientras bajan los terodáptilos escapados de la pajarera a dar un par de pasadas rasantes sobre la multitud.
Los dinosaurios que de verdad importan y el riesgo de muerte por despedazamiento quedan para los de siempre: la sección ejecutiva, los profesionales de la acción y una nueva pareja de críos que otra vez son sobrinos de quien no deben.
Los planes de codicia son prácticamente los mismos, los errores del laboratorio se repiten, los dinosaurios que corren de nuevo en manada lo que hacen en realidad es huir a campo abierto, el niño documentado es una vez más el pequeño de la casa (pero sin chispa),… y así todo. Por este sencillo procedimiento, el parque funcionando a taquilla completa deja de ser un condicionante de interés que haga progresar la historia por otros derroteros.
La solución, aparte de algunos gestos heroicos, cuatro chistes de baja intensidad y dos o tres triquiñuelas de supervivencia, es también que las bestias se devoren entre sí y que el Rex quede como suele, reinando sobre su selva privada a golpe de rugido triunfal, mientras una nueva pareja de enamorados surge de las 24 horas de alto riesgo y una familia en vías de romperse se abraza como si ya no existiesen abogados divorcistas.
En fin, lo que importa a Hollywood es que cualquier cinematografía local frente a su nuevo producto es como el tiburoncito ofrecido a las fauces del dinosaurio marino cuyo nombre no recuerdo, ni falta que nos hace.