Pues nada, amigos cinéfilos y groupies tuiteras, que ayer me empaqué por segunda vez y sin razón justificable The fighter y The Tourist en lugar de ir al cine a degustar las "novedades". La novedad zombie-infección-héroe, la novedad tierra-devastada-con-ricos-en-su-fortaleza, la novedad robots-pelean-para-salvar la tierra, la novedad Verbinski-lleva-las-identidades-secretas-al-Oeste.
Y después de ver de nuevo estas dos películas de 2010, me acordé de mi artículo de cuando se estrenaron en pantalla grande. De lo poco que ha cambiado el panorama respecto a la creatividad cinematográfica en Goliat-landia.
Y de la película que podría hacerse con esa sequía que está destruyendo el Hollywood que amábamos, mientras la caja registradora repiquetea sin parar, pero ninguna campanilla le hace ganar sus alas a un ángel.
Aquí va el artículo, publicado originalmente para la revista Culturamas en febrero de 2011. Os dejo, voy a mirar la cartelera.
LUCHADORES Y TURISTAS
Por lo visto, el
mercado norteamericano de guiones está también en crisis aunque los “Madoffs
del marketing” aún lo disimulen razonablemente bien y nadie note las pérdidas.
Pero uno se pregunta qué han hecho los grandes estudios por recuperar la
ingente cantidad de libretos que se generaban en la época dorada sin llegar a
filmarse, escritos por estajanovistas de Hollywood entre los que, ocasionalmente
o en plantilla, estuvieron gente como Ben Hetch, Charles McArthur, Dorothy
Parker, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Billy Wilder, Raymond Chandler,
Lillian Hellman o Dalton Trumbo. Qué necesidad hay de realizar tanta secuela,
precuela, remake, adaptación y refrito con las maravillas que deben tener
cogiendo polvo en los archivadores del sótano.
He aquí el
arranque no demasiado original para otra película de desenlace inevitable: un
tipo sin talento que limpia el subsuelo de la Paramount encuentra esos guiones
perdidos y, como los guionistas tapadera de la caza de brujas, decide firmarlos
y repartirlos por las mesas de los directivos, que rápidamente empiezan a oler
a taquillazo, a renacimiento y a Oscar. Así que el farsante recibe una buena
suma y se ponen en marcha un par de películas de las que ha propuesto, mientras
él intima con una joven –y guapa- columnista del Vanity y reniega de un pasado
humilde en el Valle de San Fernando. Pero los ejecutivos tienen tan poco
conocimiento de lo filmado antes de su mandato, que lo que han escogido es otro
guión sobre boxeo y una trama con planteamiento hitchcockniano que debe
retocarse ad nauseam para complacer a las estrellas protagonistas.
Pues bien, de
existir esas dos películas con viejas, pero buenas ideas, podrían ser
perfectamente The Fighter y The
Tourist.
La primera
cuenta la historia de un boxeador sin suerte al que se le está acabando el
tiempo, con un entrenador difícil pero eminente en su rincón del cuadrilátero,
una madre coraje que se equivoca por amor, una novia camarera con mucha pegada
verbal, una buena racha imprevista, una última pelea… Supongo que nos va
sonando. Amor y conflicto entre combate y combate hasta llegar al decisivo, que
todo el mundo puede imaginar cómo termina sin necesidad de ser muy imaginativo,
caramba.
Sólo que esta
vez los boxeadores son dos y son hermanos: uno llegó lejos y después fracasó,
el otro nunca ha llegado y ahora tiene su oportunidad. Para encarnar al más
veterano adelgaza de nuevo Cristian Bale y añade la mirada con la que debe
discutir en familia. O por dar la versión corta, el suyo es el Oscar que puede
obtener esta película tan vista como bien contada.
La segunda es un
misterio en su génesis más que en su desarrollo. Me gustaría pensar que la
intervención de excelentes cineastas extra-hollywoodienses en la industria de
la “Meca” no es una operación americana de fichaje y desactivación de posibles
competidores, sino una técnica secreta del cine europeo para torpedear la
calidad del cine made in USA, pero como Wikileaks no lo aclara nos quedaremos
con la duda. Seguramente, el autor de la maravillosa La vida de los otros quiso aprovechar una ocasión única –y muy
rentable- de experimentar El cine de
los otros. Y el resultado es un producto vistoso con
buenos argumentos de venta: pareja de superestrellas, escenario mítico,
director de prestigio y promesas de intriga a la antigua usanza, servidas en un
trailer milimétricamente calculado e incumplidas en la sala una por una. Aquí
el turista no es Johnny Deep, es el director alemán Henckel Donnersmarck, y así
le sale el suspense a la americana.
Aunque los
ejecutivos queden económicamente satisfechos, recibirán el mensaje que debilita
sus opciones de premio ceremonial: una historia es demasiado tópica y la otra
es una intriga fallida donde lo único verdadero es la belleza de Venecia y de
la Nines. Y como la industria de Hollywood necesita culpables hasta en sus
éxitos, le colgará los borrones al encargado de los diálogos, que en el fondo
es siempre un cabrón o un rojo. ¿No se acuerdan de que hace unos años los
guionistas obligaron a filmar las películas de dos en dos o a parar proyectos,
poniéndose en huelga? Pues ya entonces alguien de la Fox dijo “caray, yo creí
que llevaban en huelga una década”.
¿Y cómo termina
nuestra película? La nuestra no pretende contar mucho más: después de unas
cuantas peripecias del guionista farsante -que aquí convertiremos en elipsis- y
de la confesión de la columnista del Vanity Fair acerca de su propia farsa
(ella también procede de un barrio pobre en el Valle de San Fernando), la
última secuencia termina con la quema de guiones antiguos en el patio trasero
de un gran estudio.
Ya he enviado la
escaleta por fax a un despacho de la Paramount.
Después de todo,
estoy acostumbrado a viajar en turista y a besar la lona.