jueves, 19 de agosto de 2010

Fin de temporada

Me tomo unos días.

A modo de parcial despedida os dejo este final de Solos en la madrugada, que con pocas modificaciones, me parece tristemente vigente. Pero que, como en el cine suele, resulta bonito de ver y ensancha el alma, aunque sea con una punzada de muy española desdicha.


"Porque no podemos pasarnos otros cuarenta años hablando de los cuarenta años..." ¿Qué no?


Nos vemos a mi vuelta.


miércoles, 11 de agosto de 2010

Rio Bravo


Anoche soñé que volvía a Manderley...



Cuando tú no habías nacido, tuve una novia que se parecía a Angie Dickinson. No jugaba al póker demasiado bien, pero sonreía con el mismo encanto, sabía ponerse las manos sobre la cadera y se tornaba vulnerable en el amor.

Anoche la recordé, frente a la pantalla de mi salón, cuando su réplica cinematográfica irrumpía en la habitación de John T buscando al propietario del hotel y sorprendía a aquellos dos hombres admirando un calzón rojo de mujer llegado por diligencia.

John Wayne era uno de ellos. Feo, fuerte, formal y sheriff. Fascinante en su aplomo para portar el rifle, levantarse el ala del sombrero, reconocer unas cartas marcadas o azorarse ante una chica de mundo. Experto en picar el amor propio de los amigos que se enfangan de trago, reconocer las cualidades de un pistolero joven o manejar con afecto a un anciano gruñón capaz de barrer la cárcel, tocar la armónica y lanzar dinamita.

Río Bravo es una gran historia de amor del cine americano que resulta a la vez claustrofóbica y vitalista. Habla del cariño entre unos hombres bragados que se respetan y se prueban desde que una mala mujer se bajó de la diligencia antes que Angie Dickinson y destruyó al más rápido y sagaz de todos ellos. Habla de amigos intachables que saben cuándo hay que pegar duro, perdonarse una bofetada o disfrutar de una sencilla canción vaquera, mientras la amenaza de un poderoso pone sus cabezas a precio en monedas de oro de 50 dólares. Y habla de la nueva chica de la diligencia, la viuda de un jugador de ventaja, que se aloja en el hotel, se enamora de John T, duerme armada ante su puerta, afeita a Dude y limpia los vasos de la barra como si estuviera en un hogar imposible atendiendo a su próximo hombre, ese sheriff cansado pero entero.

El amor fluye con el whisky que le sirve al final de un día áspero en Presidio, que quizá sea el último. En la escalera por la que él la cargará en brazos cuando la encuentre abajo, dormida junto a una escopeta. En el jarrón que atraviesa una ventana para distraer a unos pistoleros el tiempo que necesita Colorado en lanzar a Chance el rifle y desenfundar su propio revólver. En el repartidor de las habitaciones, mientras Dean Martin canturrea dándose un baño y el sheriff y la jugadora se comen con los ojos. En la habitación donde ella le besa y después él la corresponde: “sale mejor entre dos”, dirá ella.

Un hotel lleno de espacios cargados de narrativa, regentado por un mexicano divertido, nervioso y valiente, en el que la presencia de Angie Dickinson lo impregna todo. Ella no necesita visitar a John T en su oficina, el territorio donde los hombres aguantan la tensión y la sed. Angie es la chica de las plumas que juega a las cartas, se cambia tras el biombo y se derrumba cuando el amor la atenaza dulcemente. Una buena chica que encontró al fin su lugar junto al Río Bravo.

Me preguntó dónde encontraría aquella antigua novia mía su lugar. Me pasa a veces, cuando vuelvo a Manderley…

martes, 10 de agosto de 2010

Origen


Si quieres entrar en el Origen del universo Nolan, deberías ir a la última sesión de Plenilunio, un cine descomunal dentro de un centro comercial tremebundo dentro de un extrarradio diseñado por un arquitecto cabrón dentro de una ciudad que en agosto parece de mentira porque apenas se mueve nada en ella salvo un puñado de bebedores desorientados y gente corriente soñando con largarse. Si además has bebido algún trago extra y cenado poco, ya estás en la mejor disposición para experimentar el vértigo calculado de la última película de Nolan.

Manipuladores de sueños que engañan para robar ideas o depositarlas donde no las había se pasean por la pantalla llena de decorados suntuosos, actores cool y alucinaciones milimetradas. Di Caprio recupera el pulso de Infiltrados y da el tono exacto a un yonki de la pesadilla romántica, mientras los demás se conforman con acompañarle para facilitar las explicaciones de la trama (quizá demasiadas) y Marion Cotillard aparece cuando conviene y le mete alma al espectáculo.

Nolan es lo más parecido a un autor que tienen entre los nuevos directores de Hollywood, tal y como allí se entiende (“como no hagas taquilla te metes la autoría en el culo”), porque sus argumentos son originales y cuentan siempre con una premisa novedosa (el rebobinado de la memoria, el insomnio, la magia real o simulada). En el debe, que esas premisas condicionan sus guiones de arriba abajo. De ahí que a menudo dejen un regusto a máquina de precisión hasta para el espectador pasado de copas.

Origen es también una máquina de precisión, quizá la más perfecta de las que ha hecho hasta ahora, pero la presencia de la Cotillard la reduce a un bonito colgante adornándole el escote. El auténtico sueño es ella, mientras la misión de realidades simuladas para millonarios invulnerables que recorre el metraje importa lo mismo que una persecución automovilística, un aparatoso tiroteo o un edificio derrumbándose en cualquier película americana de presupuesto medio. Afortunadamente, Di Caprio y Nolan parecen saberlo y eso alimenta el conjunto de intriga auténtica.

Se rumorea que Origen revolucionará el cine de los próximos años. No lo creo. Encontrar después de las doce de la noche la salida de un centro comercial al desierto poligonero cuando las tiendas están cerradas pero todo permanece iluminado profusamente entre apliques multimarca y restaurantes de cartón piedra, está tan cerca de un sueño inquietante en el siglo XXI como la película de Nolan.

Salvo porque la Cotillard no aparece en él.

lunes, 2 de agosto de 2010

La sobrina hace su agosto (1)


Vaya un verano de acción que llevo. No precisamente por tener que quedarme un agosto más en Madrid, que no es de lo más emocionante que se puede hacer, pero para todos aquellos como yo, que les toca pasar así este apasionante verano, queda el cine.

No vamos a decir que el verano suela ser el momento de los mejores estrenos, pero si al menos suelen resultar películas entretenidas. De esas con las que no te importa pasar la tarde, fresquito (a veces demasiado) en buena compañía y con unas ricas palomitas.

Hace una semana pude disfrutar de unas buenas carreras de coches, motos, disparos… esas cosas que son tanto de pelis americanas como de videojuegos. Noche y Día no me defraudó, teniendo en cuenta la baja expectativa con la que entré a verla. Pensé que al menos los actores me harían disfrutar, aunque el diálogo no fuera brillante. Y en fin, pasé un buen rato.

Me dijeron hace unos meses que debía sacar las uñas y atacar con fiereza las malas películas… pero no se por qué extraño motivo, no me siento tentada a ello en este momento.

Los personajes me parecen prototípicos de las películas de acción: el tío bueno-caballero que sabe salvar a la dama de todos los apuros, pero que además tiene un gran sentido del humor. Una mujer que no ha viajado nunca y no conoce más que su ciudad y que tiene la ingenuidad a flor de piel. Unos mafiosos, muy malos con mucho poder y dinero (y en una bonita ciudad española). Pero algo te hacía mantenerte en el sillón sin ganas de irte (y lo dice una sobrina que había dormido 3 horas la noche anterior). Recuerda a todas las de James Bond, en la que, aun a pesar de que sabes como acabará, te ves la película tranquilamente. Con una intriga añadida, que no hay en las películas de Bond, donde sabes quién es el bueno y quién es el malo en todo momento.

A favor de Tom Cruise, diré que parecía que era un personaje a su medida (y no va con ironías, ya sabemos que de altura no está sobrado el muchacho), se le veía en su salsa. No así me pasó con la prota, quien no tiene una cara de ingenua y patosa como se pretendía con su personaje. Aun así, me quedo con una escena de Cameron en el baño del avión. Risas como las que pasé en ese gag, la verdad es que hacía tiempo. Igual es que una se sentía demasiado identificada (de hecho, fuimos más de una las que nos reímos en ese momento).

Algo que notamos al final es que las diferencias de medida (éstas si, de altura), no se perciben en ningún plano. Algo que debió de estar muy meditado y no creo que fuera demasiado fácil. Aunque, para premeditada y muy mal hecha, la escena de la moto, si la del cartel, la cual transcurre en unos San Fermines en Sevilla. ¡Óle! No sé que más decir ante unas imágenes fatalmente hechas a ordenador, en las que los vehículos y los toros van a la par, y hasta entran todos en la plaza. En este momento también me reí de lo lindo, por no echarme a llorar. Cosas de “guiris” un tanto peculiares. Les pasa como a la prota: paletos que no salen de su sitio con una gran ingenuidad y una genial manera de cagarla.

Pero bueno, podemos decir que me dejó buen sabor de boca, que fue amena, que además me salió gratis (las amistades que trabajan en los cines son geniales…), y me pude burlar de los americanos y sus “americanadas”. Pero, ¿por qué no? También voy a meterme con los traductores del título. Me ponen enferma esas cosas. ¿Qué tendrá que ver Noche y Día con la trama en cuestión? El título original Knight and Day (caballero y día), tenía un curioso juego de palabras, en el que se hacía referencia a la película y los traductores han pasado de él y también de traducirlo literalmente. En fín, ellos sabrán (o no).