El conde de Montecristo
es la novela favorita de los torcedores de tabaco de Cuba, que se la escuchaban día
tras día al lector en galera, como quien sigue una telenovela adictiva (antes
radionovela, antes novela por entregas). Tanta aceptación tuvo la obra, que dio
nombre a una nueva marca para la que entonces se torcían los habanos destinados
a convertirse en los más vendidos del mundo: los Montecristo.
Algún día en Cuba se escribirá y
rodará esa historia, entre tabaqueros, lectores, novelería francesa y venganzas
tropicales. Mientras ese momento llega, la industria gala ha retomado los
clásicos del gran Dumas para llevarlos a pantalla, sacando músculo de
producción y acertando con el ritmo narrativo. Tanto es así que los
responsables de la enésima versión cinematográfica del conde son los mismos Matthieu
Laporte y Alexandre de La Patellière que han dirigido Los
tres mosqueteros: Milady.
Desde luego, parece imposible en
el cine caro que se inventen nada nuevo. Para muestras la cartelera del verano:
Alien: Romulus -séptima secuela del xenomorfo-, Gru 4,
Del Revés 2, Deadpool y Lobezno -o Deadpool 3 with Friends-
y, por supuesto, El conde de Montecristo.
En nuestra representación, más barata,
Padre no hay más que uno 4 y Cuerpo escombro. Para
qué hablar. El cine español va dando tumbos de comedieta en comedieta, con todo
el espacio disponible y vacío para una épica propia y unas adaptaciones literarias
inexplicablemente desterradas de los planes de producción.
Los franceses parecen contar con
otras premisas. La primera y más importante, una convicción de hierro en que su
público más próximo, el de la República, es aún fiel a lo que engrandece la
historia patria, su arte y artistas, palacios y buques, soldados y aventureros…
Esa inolvidable literatura decimonónica de folletín, repleta de héroes y villanos,
presidios y riquezas, amor y venganza.
El conde de Montecristo es
una historia tan buena que nadie ha sido capaz de estropearla (¡y mira que hay
adaptaciones en las que se han hecho méritos!). Todas y cada una de las versiones
para el cine han introducido modificaciones al desarrollo original de Dumas, por
distinguirse, por aportar… En esta versión también. Aunque esas novedades son
innecesarias, como suelen, tampoco le estorban a la película. Los actores, con Pierre
Niney a la cabeza, están bien escogidos, la historia avanza muy bien
contada, los escenarios lucen espectaculares... En resumen, una gran producción
europea, la única que ha tenido el coraje de caer en verano sobre la cartelera
española. Ni la nuestra, ni la italiana (¡ay, la italiana!), ni la inglesa
están ni se las espera.
Sólo he echado en falta algo más
de mimo en el papel clave del abate Faria que, en mi opinión, siempre fue el
gran personaje de la obra. Y, por el contrario, me ha sobrado ese tic que
parece irrenunciable en la Francia de hoy: la persona gay aunque aparezca como
personaje tangencial. No hace falta incluir una representación por mínima y
sutil que sea del “colectivo” en absolutamente TODO, majos.
Me parecería más rompedora esa
versión en la que el Conde se lee, mientras un montón de torcedores cubanos
manufacturan los puros que terminarán llamándose Montecristo. Ahí lo dejo, mes
amis.
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