lunes, 14 de julio de 2025

Los franceses y la muerte

De pronto los franceses, en medio del carajal por el que parece deslizarse su Quinta República, zarandeada por el desguace de un Estado de Bienestar elefantiásico, la culpa colonial traducida en  radicalización de barrios enteros, un envejecimiento evidente de los parisinos patanegra y una lucha de clases nunca resuelta, parece que ha tomado conciencia de su fragilidad. De un tiempo a esta parte le salen los miedos más humanos en pantalla, hasta trata las cosas de la enfermedad o la pérdida y sus burlas en ambas direcciones, produciendo buen cine sobre viejos, enfermos y muertos. 

He aquí dos muestras de la tendencia, una del casi septagenario Emmanuel Courcol y otra del veteranísimo Costa Gavras. 


Por todo lo alto, estrenada por Courcol en 2024, es un título inclasificable que parte de una premisa casi de comedia: el encuentro entre dos hermanos que no se conocen de nada hasta que uno tiene que donarle médula al otro. Luego, la narración coquetea con lo social, poniendo claro que unas cualidades similares pueden florecer más o menos con ayuda del entorno de crianza, la capacidad adquisitiva disponible para estudiar o no, la agenda de papá y de mamá. Poco a poco, la película deriva hacia el drama, porque cada hermano lleva lo suyo a cuestas, chocan, se desdicen, se recomponen y quizá hasta mueren.

Por todo lo alto es una película interesante, aunque irregular, en la que empatizas a tirones con los personajes. Creo que se dificulta más si no eres un galo familiarizado con sus intérpretes. Paradójicamente, es más sencillo en España hacerlo con Matt Damon, Brad Pitt, Morgan Freeman o Scarlett Johansson, que con Benjamin Lavernhe y Pierre Lottin (¿os suenan? pues eso). Sentimos más próximos a los estadounidenses que a los del país vecino, porque los tratamos con mayor frecuencia. Veremos si los aranceles se aplican al cine.

De momento, es más improbable la inmortalidad de esos directores de orquesta, que la de un piloto de pruebas, un espía internacional o una gata ladrona. Pero si alguien se ha ganado aquí la eternidad  es Charles Aznavour, que con la bella canción Emmenez-moi le pone alma y música a un momento de la película que se sabe emocionante, pero que el director no quiere climax. Lo es más que el desenlace musical en alto, porque en esto de la vida y la muerte todo puede pasar.

El último suspiro es otra cosa. Costantin Costa-Gavras tiene más de noventa, como Eastwoood y lo ha hecho todo. Su película parece un documental con grandes actores haciendo de médicos y pacientes. Atesora unos diálogos de una profundidad difícilmente alcanzable en los tiempos que corren. Casi suenan artificiales de tan buenos, es un grandioso ensayo -si este género literario se puede aplicar a la pantalla- sobre la medicina paliativa, el acompañamiento final de los pacientes terminales, la necesidad de saber cuándo la lucha debe abandonarse, la libertad de elección, la asunción del dolor por los familiares del que muere. 

La conversación sobre las distintas ideas acerca del después de la muerte, con o sin eternidad, es para enmarcar. Toda una lección de cómo puede llevarse al terreno de la sencillez, a lo cotidiano, casi a lo cómico, un encuentro especulativo lleno de densidad y conceptos complejos, entre una tranquila agonizante y un intelectual aterrado. 

Almodóvar, hijo predilecto de Francia, debería sonrojarse viendo esta película del griego (también guionista, también "adoptado" por los franceses), que encierra más enjundia en cinco minutos de hospitales que toda La habitación de al lado con sus actrices anglosajonas en interiores de austero relumbrón. Y eso que Julianne Moore y Tilda Swinton nos son más familiares por lo mismo de antes.

Curiosamente, quizá por esa condición de ensayo filmado, a mí la única historia que me rechinó un poco en la de Gavras fue la que encarna Angela Molina, a quien le conozco los trucos, como a Tilda y Julianne. Hubiera preferido en este caso no conectar para creerla mejor. No le rechinaba en cambio a mi mujer, que desconociendo a la actriz española consideró "su último suspiro" como el más dulce de esta película. Una rara maravilla sobre la vida de la muerte antes que la muerte en vida.

viernes, 11 de julio de 2025

Una quinta portuguesa


De Avelina Prat había visto Vasil, que me sorprendió gratamente. Ésta es mejor. Sigue tratando los sentimientos entre pocos personajes bien escogidos y el tema de lo que significa ser extranjero de algo, pertenecer o no, sentirse parte. 

Aquí todo es menos explícito o quizá lo parece, porque el primero que se va a un país que no es el suyo es el protagonista español a Portugal. ¡Qué bien fotografía Portugal siempre, ya que estamos! Hay una luz serena que se agarra a paisajes rústicos con encanto especial, melancolía, cotidianeidad, confidencia, vida.

Manolo Solo está como siempre, todo precisión en un papel difícil que va del asombro al derrumbamiento, del vagabundeo a la curiosidad, del cariño a la intriga. María de Medeiros está elegante y delicada, señorial y triste, simpática y evocadora. Y luego, cuando todo parece  dicho y hecho, irrumpe Branka Katic, en el papel más expuesto, para el giro de guion donde todo se decide y ella lo clava con una frescura centroeuropea auténtica, una honestidad ambigua, un hacerse querer desde lo mínimo.

Todo a un ritmo sosegado que hay a quien le parece lento, incluso muy lento, pero que a mí me resultó el adecuado. Si algo me molestó fue precisamente el corte que revela un salto del tiempo mayor que el de cualquier elipsis. Un tiempo del que querrías saber más: qué otras historias contaría la señora en la copa del porche, qué vida tiene su cocinera cantante al marcharse cada tarde, qué otros árboles plantó Fernando durante ese tiempo sin que se secaran...

Por que esa Quinta, una vez cartografiada, es como para quedarse a replantar indefinidamente.

miércoles, 9 de julio de 2025

Saben aquell


David Trueba me parece un privilegiado que ha sabido sacar provecho a ser hermano de Fernando, dicho sea en el buen sentido del provecho, que está la cosa como para confundir los términos en esto de los lazos de sangre. A mí, a veces, me ha pasado con ellos como con los hermanos Scott, el mayor Ridley y el menor Tony, que hubo momentos en que a Tony le apodaban "el hermano listo de Ridley".

David tuvo, claro, la suerte de codearse con Azcona y Fernán Gómez, de los que aprendió lo necesario para ser un autor solvente, pero no genial. Como guionista, en equipo lo ha sido mejor que en solitario. Como escritor, Cuatro amigos sigue siendo una novela excelente de las que tienen buen envejecer y que ha tenido el buen juicio de no llevar a pantalla. En la tele hizo una serie muy maja, ¿Qué fue de Jorge Sanz?, y en el cine le han salido películas mejores y peores, aunque ninguna redonda. Hasta ahora.

Saben aquell es de lejos su mejor película. No sé si resulta realista tanta lengua catalana por doquier, charnegos, clases populares o adineradas, niños en edad escolar... y todo antes de muerto Franco. O si resulta que había una Cataluña oficial y otra a pie de calle (vamos, más o menos como ahora), o si hemos recargado los signos identitarios por recabar la correspondiente subvención para el proyecto. En cualquier caso, bellísimas las canciones catalanas interpretadas por la mujer de Eugenio, para la ocasión la fascinante Carolina Yuste, una actriz camaleónica como pocas. 

David Verdaguer, quien interpreta al protagonista, es otro que tal baila. Cantar no, pero su creación de Eugenio es pasmosa, en lo físico, en lo verbal y en su trastienda, de la que se muestra lo justo para que la película no sufra cambios de tono desaconsejables. 

En mi consejo de críticos, que se reúne un par de veces al año alrededor de cervezas y gin tonics, solemos calificar a David Trueba como un cineasta blandito. ¿Recordáis "el hombre blandengue" del Fary? Pues como que David Trueba es uno de los máximos y más talentosos representantes de la "Cultura blandengue". 

Paradójicamente, esto juega a favor en Saben aquell. Preciosa película.

lunes, 7 de julio de 2025

F1, la película


Jerry Bruckheimer, ya "viudo" de Don Simpson, con quien produjo en los ochenta y los noventa unos taquillazos de escalofrío, se defiende bien sólo. Desde 1996, año en que su colega enterró el pico por cosas de vicios acelerantes, Jerry no ha parado de escoger proyectos con la calculadora en la mano, la espectacularidad en el ojo y la testosterona en el altar. 

De esta filosofía (es un decir), han salido estruendosos taquillazos como Armageddon, Pearl Harbor, la saga Piratas del Caribe, la saga Dos policías rebeldes, la saga La búsqueda (búsquedas lleva solo dos, pero denle tiempo) y así sucesivamente.

Hace un par de años tuvo una reunión de esas que todos querríamos ver por un agujerito y en ella debió soltar: "Pongamos a Brad Pitt en la Fórmula 1. Ellas irán por Brad y nosotros por los carracos. ¿Tenéis una idea mejor?" 

No la tenían. Así que bajada de bandera blanquinegra para el taquillazo del verano que tocase, por ejemplo éste. F1 es una película ultra-cliché, pasmosamente entretenida, en la que Brad hace del norteamericano solitario que no reconoce autoridad alguna. Pero no importa, porque es el mejor entre los mejores pilotos de cualquier circuito, aunque el joven aspirante a la gloria no lo tome en serio hasta que le conviene a la película. Naturalmente, hay también por allí una ingeniera de prototipos molona, que le pone ojitos a Brad. Y un jefe de equipo tan encabronado como si fuese comisario de policía (sólo le falta ser negro, pero esa cuota la cubría el aspirante).

Produce Lewis Hamilton y salen cuantos compiten en los circuitos de verdad. Algo así como los cameos de las de Santiago Segura, pero aquí sin hablar ni hacer el zafio. Por cierto, solo la última de Segura ha superado en taquilla a ésta. País atípico, el nuestro. 

sábado, 5 de julio de 2025

Nadie hablará del blog cuando hayamos muerto


Pues eso, que los viejos toreros llevamos mal el retiro. Y después del duelo por Lynch y por el mismísimo blog, volvemos a la plaza.

Hay trabajo atrasado: las francesas y las afrancesadas, alguna española brillante u opaca, varias mega-gringas de cilindrada atómica, alguna rareza de la que tengo que confirmar su nacionalidad... Y la certeza de que una opinión u otra no importará demasiado. Mientras darla sea divertido, es suficiente.

Y además, se lo debo a un colega. Así que vamos allá, con la solana y el botijo.