Murió con 89 años, después de haberlo hecho todo en su larga y estupenda carrera: teatro, televisión, cine.
Series emblemáticas como Downton Abbey, sagas juveniles multimillonarias como Harry Potter, un par de Oscars y otras cuatro nominaciones (la última rozando la setentena). En las tablas, debutó en Broadway, trabajó asiduamente en el West End, triunfó con algunos de los grandes "Shakespeares" (Antonio y Cleopatra, Macbeth).
Maggie, de joven guapa a la inglesa, era una presencia fiable, que cuando se hizo mayor consiguió inspirarnos ternura y destilar inteligencia hasta en sus personajes más estirados y aparentemente detestables. Se le daban muy bien las señoras vigilantes que ponían sentido común a las veleidades juveniles de quienes la sucedían en la cabeza del cartel.
Luego se enredó en aquello de los magos y supongo que, como a la Dench su "M", le sirvió para saltarse mucho casting desde entonces. No tenía nada que demostrar, claro, pero pertenecía a una generación de mucho talento y media docena de las chicas pop seguían vivitas y coleando. Pero nadie como Maggie para alzar la nariz y bajar los ojos con el desprecio de una aristócrata.
Dios Salve a la Smith.
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