El atlas de las nubes
Acumular jet lag en un avión que va y viene de Cuba bien podría titularse como la película que me empaqué en vuelo hace apenas unos días. La dejé pasar en su estreno (creo que como la mayoría, pues tuvo mal boca-oreja), pero me sorprendió con su propuesta alucinatoria y un Tom Hanks pletórico de recursos, para hacer de héroe a la fuerza, de villano repugnante, de escritor decimonónico, recepcionista de hotel y de lo que le echen.
No me extraña que se embarcase en el festín febril de las Wachowski, porque como actor la película supone un tour de force que pocas veces se presenta y que Hanks es muy capaz de asumir con nota. Ya saltó de comediante puro a actor dramático en un par de papeles. Salirse de nuevo del "corsé Hanks" estaba a su alcance aquí y lo demostró sobradamente. El puzzle del Atlas recupera el talento Wachowski para el juego, la pasión y el acertijo que gastaban en Lazos ardientes y el primer Matrix. Creo que fue un batacazo en taquilla, pero ahí queda eso. Incubando jet lag, me pareció una grata rareza.
Golpe de efecto
El regreso de Clint Eastwood a la interpretación después de su redonda y deseable despedida como actor en Gran Torino, demuestra que aún tenía cuerda para Mula pero estaría viejo para el viejo cowboy de Cry Macho.
Esta leve historia de béisbol, reencuentro padre-hija y romance resultón entre Amy (Adams) y Justin (Timberlake), se deja ver con simpatía gracias a Eastwood. Su rol de gruñón con buen fondo no es nuevo, sólo cambia de escenarios. Y luego está John Goodman. ¡Qué pena que no compartan más y mejores escenas John y Clint! Ahí se nota la flojera del guión, pues salta a la vista que su potencial es inmenso. El que Goodman y Alan Arkin desplegaban en Argo hubiera bañado esta película de una calidad suplementaria, sobrevolando las Azores.
Momias
Y hablando de guiones flojos. O más que flojos, lights. Usemos el término anglo para una película española que se viste de anglo de la cabeza a los pies, desde el primer vendaje hasta el último egiptólogo. La crítica anglo, por supuesto, la ninguneó a modo. Las imitaciones, más aún si salen resultonas, molestan al imitado más que halagarle.
Gráficamente logradísima, con el ritmo de las originales, un toque musical bien encastrado y poca enjundia (ni falta que hace), es el tipo de película familiar que el cine español debió plantearse hace treinta años, a lo mejor entonces arriesgando un mundo paralelo distinto al de las momias egipcias. Por ejemplo, de caballeros andantes, de pinturas vivas, de marinos aventureros... Será por mundos fantásticos de este fantasioso país nuestro, que va camino de convertirse en momia.
Aterrizamos para dormir, por fin. Tal vez soñar.
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