jueves, 14 de agosto de 2025

El terror malentendido

Vendidas por tierra, mar, aire y vibraciones paranormales como los dos fenómenos terroríficos de la temporada, la verdad es que empieza a dar miedo lo que la crítica (¿pagada?), la promoción y el público consideran nuevo, original o paradigmático del género que sea. 

Una se estrenó con razonable éxito en salas, continúo su ascenso en plataformas y anda vendiendo su versión satinada de Blu Ray (¿aún se vende eso, es ya una actitud hipster o vintage tener blue ray?). Se trata de

Sinners

Una película a la que le sobra precisamente eso, el terror. Que tiene una idea social magnífica: la sufriente comunidad negra del Sur también necesita lugares de ocio en los que cantar, bailar, beber y achucharse. 

Su galería de personajes y actores interpretándolos es más que notable. La ambientación, las localizaciones, la fotografía, van a favor de época, ambiente y veracidad. Y lo más relevante de todo: cuenta con una prodigiosa banda sonora que homenajea al primer blues. Hasta el número musical más atrevido que se despliega en el granero fiestero, recorriendo el alma negra de todas las músicas habidas y por haber resulta logrado, potente, pura sofisticación afro.

Pero alguien en la productora debió decir "¿a quién le importa otra película de la negritud, de esas con negros de Mississippi que de espaldas al desprecio blanco rebosan alegría de vivir?". O sea: ¿qué son esas trilladas minucias de cara a la taquilla pudiendo poner vampiros en el cóctel, aprovechando que los gemelos protagonistas vienen de Chicago y pueden volar cabezas con sus pistolas?

Un ejecutivo de Estudio muy estupendo (o el director o el guionista, que ya a cualquiera del engranaje se le puede ir la pera), pensó que vampiros y blues, granero con música a modo de proto-discoteca pre-motown y esa especie de Abierto hasta el amanecer sin Salma iba a ser una combinación muy cañera. 

Pues, la verdad, para terror musical talentoso ya tuvimos el Thriller de Michael Jackson. Bien luchado, Ryan Coogler, a pesar del error auguro una segunda parte.

Como harán segunda de lo que han perpetrado para el verano, fenómeno en USA (o eso dicen), comidilla en redes sobre significaciones de esto y aquello, supuesto nuevo paradigma del terror gringo. Un mierdo que no hay por dónde coger.

Weapons

Se entiende que el terror demanda un extra de suspensión de la realidad, pero el bueno no toma las decisiones a capricho, siempre se esconde un motivo en las proximidades para que suceda lo que sucede.

En cambio aquí Zach Cregger (director y guionista en uno y se nota) está tan preocupado de armarnos un mecano de personajes que se relacionen entre sí y con la historia, repitiendo los momentos de conexión desde distintos puntos de vista, que se olvida de lo mas básico: la historia misma y en especial su sentido, por muy maléfico que lo pintes.

La lista de incongruencias, estupideces y decisiones a capricho da la vuelta al pueblo varias veces con los bracitos hacia atrás, por no hablar de cuántas historias entrelazadas sobran (la del policía y su mujer ovulando, para empezar). 

El humor y la sangre aparecen de modo aleatorio y generan reacciones no previstas. Vamos, que te ríes cuando no debes, lo que en este género es letal (para el género mismo). El comportamiento (y las compras alimentarias) del niño y de ese hogar que nadie de la policía vigila no tiene un pase. Lo del ictus es un descacharre. Las apariciones oníricas o boscosas de la villana se reparten por que sí. Las puertas cerradas o entreabiertas se desperdician sin parar. Y así  todo. 

Un despropósito que se supone original por ese pálido reflejo de Rashomon en la estructura que no conduce a ninguna parte.  

Y así vamos, manteniendo encendida la llama sagrada del cine de género estadounidense con desparpajo y marketing. Mientras, lo demás queda arrumbado en plataformas con sección "otras cinematografías", que ocupa el mismo espacio preminente que los poetas en las librerías.

Vamos para bingo.

Los AI-goritmos que vienen

Tenemos un problema, que antes podríamos considerar “manriqueño” (cualquier cine pasado fue mejor) y que ahora se llama guiones IA.

Que los guionistas me perdonen si estoy despreciando un trabajo que les ha llevado semanas (¿días…?), pero vengo observando que aterrizan en Netflix cosas cuyo libreto huele a barrido online de lo ya hecho, para construir en microsegundos historias mil veces contadas, atiborradísimas de todas las frases tópicas, situaciones previsibles y emociones testadas que imaginarse puedan. Vamos, que no se imaginan ni falta que hace: se fusilan combinadas por un motor artificial capaz de darles coherencia estándar, hablemos de espionaje en pareja o de romanticismo académico.

En 2024 me topé con El sindicato, un cliché escandalosamente prefabricado que ponía a Hale Berry a demostrarnos que sigue estando crujiente con más de cincuenta (la interpretación de ese papel de espía de baratillo no requiere ni una pizca de su indiscutible talento). En la peli salía también Mark Wahlberg, otro actor que ha demostrado su talento en varias ocasiones, pero nunca se ha caracterizado por hacerle ascos a un producto de lata.

La historia, mil veces vista, daba sonrojo también al oírla: no desperdiciaba una sola frase hecha. Ya digo, como si los guionistas (un tal Barton que colecciona varios títulos anteriores perfectamente olvidables y un tal Guggenheim que firmó en tiempos Bad Boys 2 y cosas del estilo), hubieran metido cuatro líneas marco en el Chat GPT y a ver qué sale: “¡Coño, pues como lo nuestro! ¡y en menos tiempo del que tarda en subir el café! ¿eh, Joe?”

La banda sonora de El sindicato pinta a que procede del mismo artista, por cierto.

Y luego tenemos la romántica Mi año en Oxford, de este mismo año en curso, el enésimo fenómeno Netflix que la red promociona en este momento como la película “de la que todo el mundo habla”, “que todos ya han visto” (al menos dos veces, añadiría yo para provocar), “que ninguna otra puede desbancar del número 1 en la plataforma” … En fin, esa clase de reclamos de mierda repartidos por la red, que a estas alturas no necesitan ni comprobación ni nada.

¡Con la cantidad de abogados estadounidenses que antes litigaban indemnizaciones millonarias para usuarios defraudados por las mentiras de las súper-empresas! O los picapleitos se han pasado al fentanilo, o cobran por adelantado, o están perdiendo una oportunidad de oro. 

¡Qué película la de la chica norteamericana en Oxford!, ¡qué encuentro con el profe ligón!, ¡qué acercamiento a la poesía inglesa!, ¡qué british clasista en el pub!, ¡qué compañero gay tan guay!, ¡qué amiga poco-agraciada-pero-simpatiquísima, enamorada del que no se entera! (hasta que convenga, of course), ¡qué padre autoritario al que decepcionar!

En fin, la película es otro festival de tópicos que ha necesitado hasta cuatro guionistas, de la que solo sé real la que en su día escribió Otoño en Nueva York, aquella cosa tremenda de Richard Gere y Winona Ryder. Pues a lo mejor, ahora que lo pienso, hasta va a resultar que Mi año en Oxford tiene un guion de verdad y uno se siente ya acosado por la IA sin que ésta intervenga en todo. Pero lo parece.

Es más, estoy empezando a preguntarme qué escribiría Chat GPT si le dijese ahora mismo: “hazme una entrada de blog sobre la IA en los guiones de Netflix y ponme ejemplos”

¿Saldría esto?

domingo, 10 de agosto de 2025

Misterioso asesinato en la montaña

 

Las comedias francesas entrañan riesgos. Mi añorado amigo Pepe G. Berdoy “Atticus” solía decir que cuando una comedia francesa se vendía con el marchamo “un millón de espectadores en Francia” salía corriendo en dirección opuesta. Y lo entiendo, porque cuando los galos se ponen graciosos en el cine, son casi peores que los españoles poniéndose graciosos desde que murieron Berlanga y Azcona: el horror.

Aquí Franc Dubosc, actor protagonista y director, encara su tercera película después de dirigir una más que digna (Sobre ruedas) y otra discretita, al borde del aprobado aunque con esos vicios inequívocamente franceses (Rumba terapia). En esta tercera que dirige y protagoniza, el título de Misterioso asesinato en la montaña es una chocante traducción de Un ours dans le Jura, o sea, de un oso en el departamento francés (montañoso, eso sí) llamado Jura. 

Yo creo que alguno de la distribuidora (lince, que eres un lince) pensó que sonaba como otros “misteriosos asesinatos” estrenados por directores-actores de talento, como Woody Allen en el Manhattan de los 90 y le pareció todo mejor hilado comercialmente hablando, para un público talludito (que es el que había en la sala, sí).

De por qué se tragan estos sapos los autores de las películas ya hablaremos otro día. Vamos ahora al turrón. La tercera comedia francesa de Franc Dubosc es francamente buena. Como dijo nuestro acompañante más joven, es divertida sin ser cutre. Y eso lo resume bien, porque en medio de la trama (original, intrigante, coherente y divertida) el guion no se olvida de las piezas más esenciales. Vamos, que se vuelca sobre una galería de personajes bien dibujados con los que se puede empatizar (estupendos el propio Dubosc, pero también Laure Calamy, Benoît Poelvoorde, Joséphine Meaux). 

Hay muy pocos clichés instrumentales (la adolescente, la madame, el sicario, el narco) y sí mucha verdad en el matrimonio en caída libre con niño “perfectamente normal” y, sobre todo, en esos policías de pueblo con problemas de personas corrientes que -a pesar de los pesares- saben hacer bien su trabajo.

Si los Coen siguiesen formando tándem, la disfrutarían. Quizá hasta comprasen los derechos de un remake a la americana. Nosotros simplemente nos lo hemos pasado bien con una buena comedia francesa.