lunes, 29 de abril de 2013

Combustión: La gasolina está muy cara.


Después de Invasor, Calparsoro reincide con Combustión y el resultado en pantalla es visualmente igual de aseado, pero mucho peor que el de aquella en términos narrativos.

Las dos pecan de una ausencia de identidad notable, porque podrían suceder en cualquier lugar de patrones occidentales entendidos a la anglosajona manera. En la bélica Invasor olvidando que remite a un telón de fondo -Irak- de enorme calado y que, partiendo de él y aún ciñéndose a una historia "de género", lo que hubiera aportado riqueza y novedad (comercialmente benéficas) a la película, sería encontrar el punto de vista de país en un conflicto contado siempre por los estadounidenses con más o menos sentido crítico sobre el papel de la tropa, los mandos y la población civil.

Invasor recorrió el mismo camino que sus modelos, consiguiendo evitar el agravio comparativo de los presupuestos, pero naufragando en lo esencial: dar alguna respuesta (o especular) sobre qué hacía España allí, cómo lo vivía nuestro ejército, qué política se dictaba, sobre el terreno y al regreso a casa para los profesionales de la guerra. Nada de eso aportó la película, volcada exclusivamente en el misterio versus reivindicación de la verdad. Pero una verdad relativa a una escaramuza como muchas antes vistas e incapaz de elevarse a categoría. Incapaz también, y éste fue su mayor déficit, de aportar información o hipótesis interesantes al espectador español por ser las nuestras. Nuestra información, nuestras hipótesis, nuestro caso, nuestro papel en aquello.

Combustión, ciertamente, es menos ambiciosa por lo acotado e irrelevante de su universo, digamos que  es más de género aún. Se mueve en un mundo cerrado de personas en el filo, que obtienen los recursos para sus pasiones de un difuso espacio de clase alta representado por viviendas y eventos sociales caros, donde cazar ingenuos con el gancho de una chavala imponente que encarna Adriana Ugarte con convicción. Hasta aquí bien.

El problema llega en la elección de ingenuos, en especial del ingenuo que completará el triángulo cuyos ángulos rojos sostienen el atractivo jefe de la banda (Alberto Amman) y su chica-cebo. Un ingenuo que lo es y no lo es, alternativamente y a capricho del guionista. Un personaje con el que Alex González hace lo que puede, del que nada sabemos al principio, pero que se comporta de forma insensata nada más comenzar la trama, sin que la información posterior que nos ofrecerán de él justifique esa querencia por el lado salvaje, encoñe aparte.

Ni una conversación con ese amigo invisible (al que emplea de escudo cada vez que desaparece), para manifestar su tedio ante la vida lujosa pero anodina que se le presenta como consorte de la joyera. Ni un pellizco de nostalgia por su pasado automovilístico, ni una mínima sutileza en su deslumbramiento fulminante ante la guapa peligrosa.

Se diría que Calparsoro cuenta con la información que el espectador ya tiene antes de entrar en la sala sobre este tipo de relatos (de nuevo el modelo hollywoodiense de relato), para no molestarse en presentar la propia. Hay unos guapazos que se atraen y eso parece bastar, ya sabemos cómo van estas cosas. Pero ahí radica el error, porque si ya sabemos cómo va esto ¿para qué verlo una vez más? ¿O es que el público de las pelis "combustibles" es como el del cine de artes marciales, que a primera vista parece demandar mínimas variaciones de un patrón único? ¿Acaso la espectacularidad de las carreras, persecuciones y trompos va a marcar la diferencia o el plus, al modo norteamericano? Entonces tendremos que esperar a la sexta secuela de la saga, porque en esta entrega se han quedado cortos de coches, de riesgo y de gasolina.

El eje narrativo de volantazo en volantazo, la acción demasiado limitada, el comportamiento poco sagaz del "malo", la complicidad entre los hombres apuntada con cierto tino, pero mal desarrollada y resuelta... y, sobre todo, la ausencia absoluta de sorpresas, lastran la película hasta griparla.

Hace falta un guión muy habilidoso cuando se cuenta en Madrid lo que normalmente vemos suceder en Detroit, Chicago o las polvorientas carreteras de Nuevo México, para obtener la "suspensión de la realidad" que necesita cualquier película a la hora de funcionar. En las películas del Hollywood actual, digamos que esa suspensión viene de fábrica. En España hay que ganársela conectando el relato con el país en el que sucede,  sacudiéndose los clichés norteamericanos de encima, buscando un tono propio para alcanzar la temperatura en la que las pasiones se encienden y las decisiones se toman desde la adicción a la fatalidad tan del cine.

Y tan nuestra.



martes, 23 de abril de 2013

Día del libro


"La televisión es muy educativa: siempre que alguien la enciende, cojo un libro y me voy a mi cuarto a leer." 
Groucho Marx.










miércoles, 17 de abril de 2013

Oblivion: Cruise más solo que nunca.


Llevo cinco años sin acercarme al cine a ver a Tom Cruise. Pero, maldita sea, hay que ver qué bien se conserva el tipo.

Tres matrimonios fracasados, la expulsión de la Paramount, su insistencia en franquicias ajenas a la creciente supremacía de los superhéroes, su indisimulado liderazgo en la cienciología esa que tan turbia pinta, ... todo ha terminado por convertirse en un rosario (con perdón) de decisiones acertadas más que de baches.

Cruise -un enigma posiblemente trágico tras la sonrisa de chaval-, sigue manejando su carrera con nervio y bastante habilidad a la hora de elegir los temas, el reparto y los técnicos de sus proyectos. Cruise sabe adaptarse para resultar siempre un cineasta de su tiempo. No dirige las películas que protagoniza, pero las controla hasta el mínimo detalle, que es casi lo mismo. Y, además, luce una forma física que le autoriza a encarnar héroes en la treintena con cincuenta muescas en el carnet de identidad. Como si de verdad le hubieran borrado la memoria y sólo tuviera que pilotar una nave molona, solazarse en viejas hazañas deportivas y gozar de algún que otro chapuzón con una controladora aérea maciza y complaciente.

Aunque a veces el sueño le traicione y se le aparezca una mujer que dejó por el camino.

Quizá por eso Oblivion es una película cortada a su medida, de las que no se entienden sin él.

Oblivion habla de un futuro de cómic a lo Metal Hurlant, remozado para la ocasión (la era del videojuego), y seguramente en el territorio cómic luce más su guión con el estatismo trascendente que otorgan las viñetas a los silencios y las soledades sobre el paisaje después de la batalla. Rescatar claves de este género de la fanta-ciencia y referentes cinematográficos de pedigrí funciona muy bien en el circuito comiquero. No tanto en pantalla, donde los consumidores de blockbusters quieren acción inmediata (a lo De Mille, empezar con un terremoto y de ahí para arriba), y los degustadores de cifi necesitan "filosofería" sólida además de estética.

Esta película tiene estética, poderosa, cuidadísima, luminosa, creíble y seductora en su estilo Apple (esa moto, ese helicóptero, esa piscina, todo diáfano, todo blanco, todo muy "think different"). Y arranca en sus imágenes suave y con la dosis exacta de solemnidad y sugerencia. Cruise funciona. Está solo, más que nunca, como la estrella solitaria en la que se ha convertido. Hasta en su relación con la partenaire pulcra y sexy la frialdad cordial es la norma y favorece al clima de la historia que así sea.

Sobran explicaciones en off que se dialogarán más tarde, mermando la capacidad de descubrir del espectador (esas decisiones post-test que estilan en Hollywood...) y ofreciendo demasiadas claves al aficionado mayor de edad. Pero vale. Cruise no pretende obras maestras, sino entretenimientos a la moda, con medida originalidad y producción a su altura, genuinamente americana.

Así que su quehacer de piloto especializado en averías tiene que sazonarse con un guiño a la super bowl, la gorra de los Yankees, la goma de mascar, una vieja canción en vinilo... Cosas que le sientan bien a Cruise, mientras llega el momento de la verdad.

Para representar ese momento crucial, recoger un libro de los escombros es quizá el mejor hallazgo narrativo de toda la película. Paradójicamente, es a partir de ese momento cuando irrumpen las decisiones más desafortunadas del guión, los lugares comunes extraidos de títulos mejores, mezclados con acierto decreciente en la peripecia de Tom.

Las relaciones entre su personaje y los que irán introduciéndose en su rutina solitaria, evidencian esta imposible combinación entre las inquietudes de un solo hombre y la aventura colectiva en la que tendrá que implicarse, sin saber muy bien qué cara poner ante cada interlocutor que se cruza en su camino.

Después, lo que se espera si se tienen 15 años: la mujer amada, los vuelos rasantes, la misión suicida con trampa agradecida que desprecia el verdadero final, el que imposibilita secuelas. Y el fundido a créditos.

Una espectáculo solvente, donde se trenzan con calidad presupuestaria los aciertos y las cagaditas. Quizá porque el solitario Tom tiene cincuenta palos. Y yo voy directo hacia ellos.

Es lo malo de recordar.


miércoles, 10 de abril de 2013

Efectos secundarios del cine



Si me comunico con un radioaficionado alemán, me parece un espía. 

Si escucho megafonía en el patio de un colegio, me parece el patio de una cárcel del Medio Oeste. 

Si oigo un coro infantil cantando en inglés evoco los cuervos de Hitchcock concetrándose en los columpios para el próximo ataque. 

Si ayudo a subir un cochecito de niño por las escaleras de una estación, me siento como Eliot Ness. 

Si escucho a un político español me parece vivir en una película de Berlanga.

lunes, 8 de abril de 2013